En el año 2013 se han denunciado en Castilla y León 5.949 ataques de lobos en zonas rurales, la inmensa mayoría a reses.
Las autoridades han determinado que el 86,5 % de dichos ataques son, efectivamente, obra de lobos, empujados por el hambre. El 11,5 % se achacan a grupos de perros salvajes, surgidos del abandono de los humanos.
El dos por ciento restante ha quedado "sin determinar por falta de evidencias claras".
Un dos por ciento no es demasiado.
Tal vez, un número tan pequeño que no merezca la pena calcularlo la próxima vez que camines bajo la luz de la luna. Seguramente tengas otras cosas en qué pensar.
"Enfréntate a la bestia con sus propias armas, y descubrirás que no eres tan fuerte"
Seth, en El Señor de las Bestias.
CAPÍTULO IV
El trabajo de detective se basa en unos pocos pilares
básicos. Observación, perseverancia, mente abierta y poco más. Como decía
Holmes, cuando todo lo imposible ha sido descartado, lo que queda, por
improbable que parezca, es la verdad.
Así que cuando aquella imponente mujer se desabrochó la blusa
y vi sus grandes pechos agitarse con furia mientras se la arrancaba, cubriéndose de pelo un instante después, la verdad quedó bastante
clara.
El rostro de la mujer empezó a moverse dentro de su piel,
mientras sus huesos y músculos se reordenaban y sus ojos parecieron encogerse,
hundirse en las cuencas, tal vez un efecto óptico debido a la prolongación de
su boca en un hocico.
No me quedé a ver el resto de la película.
Traté de levantarme, cogiendo a mi amante fortuita para
apartarla de lo que se avecinaba, pero ella aún cerraba con fuerza sus piernas
sobre mí, y yo estaba clavado como una mariposa en el tablero de un
coleccionista. Como una mariposa muy excitada.
-¡Tenemos que largarnos! –grité a la vez que rodábamos sobre
la cama, abrazados, con sus caderas aún moviéndose- ¡Rápido!
Caímos al suelo, con la cama entre la mujer lobo y nosotros,
con la chica del bar sobre mí. En lugar de levantarse y salir corriendo, lo que hizo
ella fue seguir moviendo sus caderas, saltando con lujuria renovada sobre mí, y
la mezcla de terror, excitación y adrenalina convirtieron aquello en la más
salvaje experiencia sexual que recuerdo. Duró apenas tres segundos, el tiempo
que tardó ella en responder entre jadeos.
-No tienes ningún sitio al que huir, imbécil...
El gruñido ronco que vino del otro lado de la habitación
parecía apoyar la idea. Yo tampoco estaba en posición de discutirla.
El siguiente momento fue muy confuso. Al mismo tiempo que
ella llegaba al climax, mi cuerpo respondió, derramándome dentro del suyo como
una presa que se abre, y ambos nos tensamos en perfecta armonía, mi grito
involuntario uniéndose a su chillido de placer, de triunfo, y al aullido de
rabioso dolor de la cosa al otro lado de la cama.
Entendí lo que ocurría. Una parte importante del trabajo de
detective consiste en tener la suerte de encontrarte en el lugar y momento
adecuados para ver cómo sucede lo improbable.
No tenía tiempo de pararme a discutir con la maldita
mujer, y desde luego, ella no necesitaba que la salvase. Puse las manos en
sus pechos y empujé con todas mis fuerzas, consiguiendo por fin quitármela de
encima. Al otro lado de la cama, la espalda de la mujer lobo se había
ensanchado casi medio metro, y sus ojos eran ya de un color dorado pálido.
Cruzamos nuestras miradas durante un instante, y vi en la suya el mismo dolor,
la misma rabia frustrada y desesperada de cualquier enamorado que descubre la
infidelidad de la persona amada.
Cogí del suelo mis pantalones, aún enredados en mis botas, y
abrí la ventana. Salir por la puerta era imposible, con aquella cosa en medio,
y eso dejaba fuera posibilidad de llegar hasta mi arma, así que la prioridad
era poner tierra de por medio. Tendría que conformarme con la navaja que
guardaba en la funda cosida al interior de la bota izquierda. Subí al alfeizar,
con el bulto de ropa bajo el brazo, mientras mi amante se levantaba mirándome
con rabia.
-¡Ya te llamaré yo, preciosa! –grité mientras saltaba.
Lanzarme a la calle implicaba un salto de dos plantas,
mientras que a la derecha de mi posición había otro edificio igual de alto, que
como mucho me ofrecía la posibilidad de agarrarme a un balcón. Nada muy
prometedor. A la izquierda había un edificio más bajo que en el que me
encontraba, y después un solar en obras, vallado. Parecía un descenso más
gradual, y en una zona no habitada. Todo ventajas.
No habría sido un salto fácil para un humano normal, pero yo
soy un poco más que eso. No tan poderoso como la licántropo, pero sí más ágil,
fuerte y resistente que los humanos normales. O eso esperaba.
Salté con la mano izquierda estirada hacia delante, la
derecha sujetando la ropa, y conseguí aferrarme al canalón del edificio. La
inercia y un buen impulso hicieron el resto, y giré sobre el canalón, el cuerpo
horizontal, soltándome cuando ya había superado la esquina. El dolor del brazo
y el golpe contra el tejado me dejaron casi sin respiración, pero no tenía
tiempo para sutilezas.
Me puse en pie, corriendo a lo largo del tejado hacia el
solar, donde esperaba encontrar un pico, un buen puntal de hierro o alguna otra
cosa que me sirviese de arma improvisada.
Un golpe y un gruñido ronco a mi espalda me informaron de
que la mujer lobo estaba ya sobre el tejado, muy cerca, así que aceleré la
carrera, buscando con la mirada un punto de aterrizaje adecuado. Si yo fuese un
detective de peli americana, habría encontrado una piscina.
Salté directo hacia un palet de sacos de cemento.
La mujer lobo saltó medio segundo después, su olor mezcla de
Anais y perro viejo envolviéndome, y supuse que me caería encima, que la cosa
acababa ahí.
Aterricé sobre los sacos de cemento con las piernas
flexionadas, estirándolas mientras me zambullía hacia delante, y sentí el peso
inmenso de la bestia cayendo justo detrás. Su masa, multiplicada por la energía
que invirtió en la transformación, había aumentado hasta dos o tres veces la
original. Por eso les cuesta tanto permanecer en nuestro plano o mantener la
transformación. El coste energético es inmenso, aunque ella pensaba resolverlo
con un buen plato de Silencio.
En todo caso, ella no rebotó sobre los sacos, ya rotos y
desequilibrados por mi aterrizaje. Mientras yo rodaba hacia delante, el palet
se desmoronó y varios de los sacos reventaron literalmente, haciendo que la
mujer lobo cayese entre una polvareda áspera y opaca.
Agradecí aquellos segundos de tregua y corrí hacia la valla
de la obra, sintiendo el peso y el calor de la medalla de San Cristóbal
mientras golpeaba mi pecho a ritmo de galope. La medalla, llena de la energía
emocional de la chica muerta, una energía canalizada por la plata, reaccionaba
a la presencia de la bestia. Lo que era cojonudo metafísicamente hablando, pero
de dudoso sentido práctico.
Por el camino cogí una barra del suelo, ya que tener un mal
arma es mejor que no tener ninguna, y mi navaja no podía contarse como tal. Un
instante después estaba saltando la valla. Mi enemiga seguía perdiendo el
tiempo entre una nube de cemento en polvo, destrozando lo que quedaba al
alcance de sus garras, así que obtuve una cierta ventaja.
Corrí por las calles estrechas, desnudo, sucio y con un palo
en la mano, buscando un refugio que me permitiese reponerme. Las calles de la
zona son en gran parte callejuelas, cortas, estrechas y curvas, y eso obraba en
mi favor. Claro que la bestia se guiaba por el olfato, y yo apestaba a
adrenalina y al olor, sin duda conocido por ella, de la chica del bar. Me
encontraría antes o después.
Recorría una calle algo más larga, en suave curva, cuando
encontré la solución. Un contenedor de los viejos, con su tapa y sus rueditas,
nada de moderneces soterradas, asomaba en la esquina de la calle con un
callejón lateral. Sin pensarlo demasiado, me metí dentro y cerré la tapa,
zambulléndome entre las bolsas como un niño en una piscina de bolas. Si aquello
no disimulaba el olor, era hora de entregar las armas.
Retorciéndome entre la basura, me puse los pantalones y las
botas. Siempre es más digno que encuentren tu cadáver con algo de ropa, y si
tenía que seguir corriendo descalzo acabaría con muñones. Además, en esos pocos
segundos pude tranquilizar mi mente y analizar hechos e hipótesis.
Hecho; un licántropo había matado a cuatro chicas en la
zona.
Hipótesis: la chica del bar y la licántropo tenían una relación
de pareja.
Hecho: la chica me había llevado a su casa, seguramente
porque mis preguntas en el bar le hicieron pensar que podía descubrirla. Cuando
la licántropo nos había encontrado juntos, atacó movida por los celos. La
chica del bar reaccionó como si desease precisamente eso.
Hipótesis: la mujer con la que me había acostado sedujo o contrató a las chicas
muertas, provocando intencionadamente la furia de la mujer lobo.
Hecho: dicha mujer era muy hija de la gran puta.
Cogí mi improvisada arma, y sólo entonces me di cuenta de
que era un trozo de tubería de PVC, útil como mucho para matar a una rata
pequeña. Uno de los extremos estaba astillado y roto, pero eso no me serviría
para detener a la criatura.
Mientras me planteaba el quedarme en el contenedor unas
horas, hasta que la bestia perdiese mi pista, escuché un sonido de risas en el
exterior. Saqué la cabeza del contenedor, alzando la tapa lo justo para poder
asomarme, y vi en el fondo del callejón las siluetas difusas de dos tipos que,
iluminados por las brasas de sus cigarrillos, compartían una botella. Genial.
Dos vagabundos. Miré hacia la calle por la que yo había venido. Parada en la
esquina, la bestia olisqueaba el aire y el suelo. No tardaría más que unos
segundos en retomar el rastro.
Iluminada apenas por la luz de las farolas, la licántropo
era más que imponente. Medía tal vez un metro noventa, quizá algo más. Su
espalda ancha y musculosa, cubierta de un pelo gris pardusco, se agitaba al
ritmo de su respiración, y los brazos, que colgaban casi hasta las rodillas,
mostraban una tensión muscular que simplemente impresionaba. Las garras, aún
teñidas parcialmente de un esmalte de uñas rojo pasión, se agitaban nerviosas.
La figura se detuvo, giró la cabeza hacia el callejón y aspiró con fuerza.
Había encontrado otra vez el rastro.
Bajé la tapa y me sumergí entre las bolsas de basura.
Opciones, opciones. Necesitaba opciones.
Bueno, había una. La bestia recorrería la calle en mi busca,
y al llegar junto al contenedor, lo más probable era que perdiese temporalmente
el rastro, porque aquella basura apestaba como el vómito de una cabra. Pero vería
sin duda a los dos vagabundos del fondo. Y, llevada por el ansia de caza, les
atacaría. Acabar con dos tipos que además tratarían de huir le llevaría unos
minutos, los suficientes como para que yo saliese del contenedor y corriese en
dirección contraria. Tal vez los suficientes como para volver a la casa de las
mujeres y recoger mi arma, tal vez incluso los suficientes como para volver a
mi habitación de la pensión y coger un verdadero arsenal. Sólo eran dos
vagabundos.
Escuché un ronco gruñido, bajo y sostenido, a apenas un par
de metros del contenedor. Ya estaba allí. Era el momento de decidirse.
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Había comentado aquí!! Anda, a ver si editas el tener que poner numeritos y clave para comentar: es una lata...
ResponderEliminarPues no sé cómo editar eso, Rosa... pero no seas perezosa, los comentarios me dan vida.
EliminarEspero ke no se meriende a Silencio jeje...imecable e impresionante como siempre. Me encanta esta intriga!
ResponderEliminarLa escena del amante descubierto la has llevado al paroxismo ;) Acción de la buena, con las dosis de humor negro que este personaje regala a manos llenas. La música sugerida, muy acertada. Y la pregunta del final...Por experiencia y observación, no conviene ponerse a tiro de una mujer cabreada, y menos si es un híbrido de cánido. Pero eso suele ser un error típico del género masculino. Un saludo desde mi Luna, Bartolomé
ResponderEliminarImpresionante! No he podido esperar a llegar a casa para leerte :) Qué bien está evolucionando esta historia. Me encanta el ritmo que le das y cómo vas dirigiendo la intriga. Estoy ya deseando ver cómo sale Silencio de esta. Un abrazo.
ResponderEliminar¿Que qué haría yo? Ya lo habría hecho, maifrén: zurrarme de miedo: ni más, ni menos.
ResponderEliminarPero apuesto a que Silencio no vuelve grupas. Veremos.
Supongo que no es de los que vuelven grupas. La pregunta es la de siempre, si eso le hace más valiente, más estúpido o un poco de cada.
ResponderEliminarPrefiero no elucubrar y dejar que el escritor me sorprenda, que es uno de los gozos del leer. La escena, tremebunda y cargada de adrenalina, me quedoa la espera de la continuación.
ResponderEliminarGracias por las visitas y comentarios, Ender, se me pasó responderlos en su momento. Un saludo.
EliminarPues no creo que sirva para nada la respuesta pero yo no me quedaba allí para verlo. Me iría aprovechando la coyuntura. Ahora si Silencio es medio bobo, como suelen serlo todos los héroes, pues se quedará a defender a los borrachos, aunque sea con la....
ResponderEliminarCierto, los héroes no son los más valientes, sino los suficientemente tontos como para quedarse a luchar. O al menos así lo creo en muchos momentos.
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