De pie en el centro de la celda, el sospechoso ofrecía un aspecto más peligroso que cuando estaba en libertad. Aquella quietud vigilante, furtiva casi, de animal desconfiado, hacía que los policías que contemplaban su imagen en el monitor de seguridad de la habitación adyacente temieran cualquier acto de violencia por su parte. Sin embargo, el sospechoso llevaba más de dos horas en la misma actitud, sin haber llevado a cabo más movimientos que el natural parpadeo de sus ojos alerta.