CAPÍTULO 6
No tengo nada contra las religiones, excepto su parecido con
el orgasmo, ya que nos muestran
paraísos que no pueden convertir en eternos.
Alguien dijo que si das pescado a un hombre, comerá un día,
y si le enseñas a pescar, comerá todos los días. Estos vendedores de eternidad
han aprendido bien la lección, y saben que es mejor dar un pescadito que
enseñar a pescar, puesto que así el hambriento volverá a postrarse ante el
altar, como una foca amaestrada que realiza su pirueta a cambio de la sardina
fresca. Después de todo, el negocio de las religiones es el mercadeo de almas,
y esas valen mucho más de lo que cuestan unos pocos pescados regalados. Sería
estúpido por su parte que dedicaran su dinero a animar la economía o crear
empleo en vez de crear albergues que perpetúen la baja condición de los
necesitados.
Así que, en fin, resulta lógico que mantengan abiertos esos
centros de atención, esos cebos para desesperados, esos hospedajes de la
miseria. Lógico y útil para alguien como yo.
Tras abandonar el lugar donde la mujer lobo ardía en su
indigno crematorio de basuras, busqué uno de dichos albergues, uno que mantiene
no sólo su función de comedor social y alojamiento, sino también un dispensario
para atender a indigentes que no puedan acceder a la sanidad pública.
Acudir a un hospital en mi actual estado, indocumentado y
recién salido de una pelea, habría provocado una inmediata llamada a la policía,
y tal vez ni siquiera me atendiesen. En el dispensario de las monjitas, aunque
acabasen llamando a las autoridades y tuviesen menos medios, al menos
conseguiría atención básica. Era todo lo que necesitaba. Un par de vendas y
algo que me mantuviese en pie pese al dolor.
No tenía intención de actuar como detective aquella noche.
El tiempo del detective había pasado, y llegaba el momento del cazador.
Entré en el dispensario con la cabeza gacha, arrastrando los
pies y fingiendo que me costaba respirar. Tampoco es que necesitase disimular
mucho.
Una chica de bata blanca, pómulos altos y labios finos y
apetitosos salió a recibirme, tenso su rostro por una súbita alarma. Supuse que
mi aspecto era peor de lo que yo creía.
Sin perder tiempo en formularios o entrevistas, como habría
ocurrido en la sanidad pública, me llevó hasta una camilla, me ayudó a sentarme
y me preguntó qué me había ocurrido.
Le conté que había sido atacado por varios perros callejeros
mientras dormía en el parque del Campo Grande, que había escapado a la carrera
y que al hacerlo, caí al saltar la valla que limita el parque, golpeándome con
fuerza en las costillas. La historia era más creíble que la verdad y ella, como
cualquiera, había oído lo suficiente sobre las muertes de las prostitutas y la
teoría policial de los perros, propagada por los medios de comunicación, para
creérselo. Hablé además con acento tosco y vocabulario pueblerino, tratando de
parecer un vagabundo sin formación. Y hasta tosí sangre un par de veces, por
cuidar los detalles.
-¿Cómo se llama usted? –preguntó la chica mientras acercaba
un carrito con el material necesario para las curas.
-Me llamo Isidro –dije-, Isidro Sánchez, hermana.
-No, no soy monja –bueno es saberlo, pensé mirando la suave
curva de su cuello-, soy estudiante de medicina y trabajo aquí como voluntaria.
-Es usté buena gente, señorita.
-Quítese la camisa, Isidro.
Obedecí mientras ella se ponía los guantes y preparaba el
material. Mi torso tenía más arañazos que el cabecero de la cama de una suite
nupcial, y la sangre seca formaba costras que se mezclaban con la suciedad del
contenedor. Ella me lavó con una esponja, su olor a leche de almendras inundando
mis fosas nasales, limpiando de alguna manera todo el hedor a muerte que me
llenaba antes. Resultó estimulante.
-No parece un indigente –comentó en voz baja-, está usted
muy bien.
Alzó la vista, repentinamente ruborizada, al darse cuenta de
lo que había dicho, y yo le ofrecí mi mejor sonrisa de medio lado.
-Muy bien alimentado, quiero decir –se corrigió. Estaba
preciosa cuando se sonrojaba.
-El trabajo del campo hace la carne prieta, señorita –dije
yo-. He estao siempre de pastor y en la labranza, hasta que el amo vendió las
tierras pa meterse a constructor y me tuve que venir a la ciudad, pero aquí no
he tenio mucha suerte.
Mientras hablábamos de lo mal que estaba todo y otras
obviedades, ella limpió mis heridas, abrió un armario metálico que había en la
pared del fondo, sacando una jeringuilla y dos ampollas, con las que quiso
anestesiarme, a lo que me negué alegando que sufría una alergia, y me puso
algunas grapas en vivo. Aguanté el dolor con estoicismo y cagándome un poco en
todo, aceptando ese dolor como un estímulo más, como una forma de despertar y
prepararme para lo que tenía que hacer después. No podía permitirme que nada
embotase mis sentidos.
-Es usté buena gente, señorita –repetí mientras ella vendaba
con fuerza mi torso apaleado-, ¿cómo se llama usté? Quiero recordarla en mis
oraciones.
Sonrió con dulzura. Era una monada, aunque algo meapilas.
Supuse que rezarle un padrenuestro le parecía recompensa suficiente por su
trabajo.
-Me llamo Rosario. Rosario Delgado.
Rosario. Nombre de iglesia, voluntariado de iglesia. Seguro
que había ido a un colegio de monjas y que rezaba arrepentida después de
masturbarse. Seria por el dolor y la adrenalina, pero me fue fácil imaginarla
masturbándose.
-¿Ha comido usted algo, Isidro? –dijo al terminar de
vendarme- . Puedo traerle algo del comedor
-Ayer comí a mediodía, señorita. Pero nunca por mucho pan
fue mal año...
Sacudió la cabeza con pesar.
-Descanse un poco aquí, y no se preocupe. Me acercaré al
comedor y seguro que encuentro algo para usted. Un bocadillo al menos.
-Gracias, señorita –tragué saliva con ostentación, como si
la perspectiva de comer me emocionase-, no quiero molestar más...
-Tonterías. Estamos aquí para ayudar, Isidro. Descanse, que
yo vuelvo enseguida.
Me ayudó a tumbarme en la camilla, sujetando mi nuca y mi
pecho mientras lo hacía. Bajo la bata, unos pechos firmes rozaron mi torso, y
un mechón de su pelo suelto acarició mi mejilla. Evité mirarla a los ojos.
Se marchó, dejándome solo en el pequeño dispensario. Conté
hasta diez antes de levantarme, sacar mi navaja de la bota y forzar la puerta
del armario de las medicinas. Cogí unas cuantas ampollas del anestésico, un par
de jeringuillas y unas cajas de Adderall, un medicamento que se utiliza para
combatir la narcolepsia y como antidepresivo. Contenía anfetaminas suficientes
como para mantenerme en pie lo que quedaba de noche, hasta que terminase mi
trabajo.
A esa hora, aún madrugada prendida en el anzuelo del
amanecer, no había nadie por la calle, ni más sonidos que la reverberación
lejana de ciertas campanas, de ciertas tumbas, sonoras como ladridos sin perro
que crece bajo el rocío prometido de un mañana que muchos no veremos.
Ella no vería ese amanecer, ni escucharía otro sonido que el
de mi voz. Era lo necesario, sino lo justo.
Tragué unas cuantas píldoras de Adderall, empujándolas con
un sorbo de agua en una fuente pública, y seguí camino, entre calles que
destacaban en grafito y cuero repujado a medida que la droga iba acentuando mis
sentidos.
Llegué a la esquina entre Gallegos y Libertad sin apenas
jadear, ignorando la quemazón de mis costillas vapuleadas y el dolor de las
grapas que se esforzaban en mantener unida mi carne. No era para tanto.
Por mucho que doliese, me dije recordando los dorados ojos
de la licántropo, peor le iba a ir a la chica del bar.
Gracias. Éste clímax se prolonga a placer. Por dios, que llegue pronto el miércoles!!
ResponderEliminarCada vez más interesante. Me encanta la atmósfera que estás creando en esra historia . Un abrazo.
ResponderEliminarSi consigo que os preguntéis, siquiera un instante, qué pasará el miércoles, daré el tiempo por bien empleado. Gracias por la visita
ResponderEliminarImposible no preguntárnoslo. Al menos, yo estoy esperando con ansia. Por cierto... me gusta el Jacks, jejeje. :)
EliminarSabes escuchar y tienes empatia, Maga. Es el mejor truco para los diálogos; escuchar, adaptar, imitar, hacer tuyo el entorno. Vosotros los humanos lo tenéis más fácil que yo ;)
ResponderEliminarAbrir las puertas de tus universos ocultos es una invitación a lo impredecible. Los personajes tienen coherencia y eso es lo más difícil de conseguir. Adoro tu insomnio.
ResponderEliminarNo queda tanto hasta el miércoles, invítame una ronda y arreglamos el mundo mientras esperamos. Abrazo de koala y escalofrío, Bartolomé
Serán necesarias varias rondas; hay tantos mundos...
EliminarMuy bueno Jose, me está gustando mucho...ya te pediré un autógrafo.
ResponderEliminarTe lo firmaré en una servilleta de bar, mientras tomamos una copa. Por compartir la copa, más que nada ;)
EliminarUn poco de relax antes de volver a la carga, con una sanitaria apetitosa por medio. Como manejas bien la trama y te desenvuelves con desparpajo en esta historia las continuaciones posibles aumentan, asi que dejaremos que sea tu pluma la que decida, que hasta ahora lo hizo muy bien.
ResponderEliminarGracias, Ender. Habrá que intentar sorprenderos, aunque se me antoja difícil, y resolver el pequeño conflicto moral que implica el castigar a una mujer, incluso el decidir si lo merece...
EliminarEstupendo, artista: hay algunas frases que son magníficas.
ResponderEliminarMe cuesta dar con las entradas, pero con tu ayuda... Gracias: vale la pena, ya lo creo.
Un abrazo.
Y ahora... ¿dónde está el 7?
ResponderEliminarSi es que no doy una...