A VECES, SALEN A LA LUZ
Oso detuvo su carrera al borde de la grieta, tratando de
controlar su agitada respiración. Miró atrás, al pasillo excavado en la piedra
caliza. Ninguna sombra, ningún sonido. Olisqueó el aire, detectando sólo el
aroma salado propio de su sudor y el penetrante olor de la piedra, un regusto
metálico que picaba sus fosas nasales.
Sonrió, escrutando de nuevo la grieta. Tenía unos tres
metros de ancho, pero su profundidad escapaba a todo sondeo. Para los del clan,
esa era la frontera del mundo.