EL POZO DE LOS PARRITA
Almudena salta el bajo murete de
ladrillo rojo, manchándose las manos de crepúsculo húmedo al
apoyarse en él. Por suerte, su vestido sigue inmaculado. Frota las
palmas contra las hierbas altas que crecen al otro lado y se interna
en el pinar, alejándose de la casa familiar entre la niebla de
enero.
Su corazón late rápido, un pajarillo
de quince años que empieza a saber de la libertad y ansía abandonar
el nido paterno. La noche viene deprisa, y padre estará tomando su
coñac de antes de dormir mientras madre, a la luz de las velas,
zurce alguna prenda herida de espino y rastrojo.
Ambos creen que Almudena duerme ya en
su habitación al fondo de la casa, pero ella no puede conciliar el
sueño. Ya no es capaz de dormir sin ver a Joaquín, sin sentir su
abrazo y tal vez dejarse robar algún beso de luna y fuego.