sábado, 11 de enero de 2014

PUERTA II. La luna no es suficiente. Cap. 4





En el año 2013 se han denunciado en Castilla y León 5.949 ataques de lobos en zonas rurales, la inmensa mayoría a reses.
Las autoridades han determinado que el 86,5 % de dichos ataques son, efectivamente, obra de lobos, empujados por el hambre. El 11,5 % se achacan a grupos de perros salvajes, surgidos del abandono de los humanos.
El dos por ciento restante ha quedado "sin determinar por falta de evidencias claras".
Un dos por ciento no es demasiado.
Tal vez, un número tan pequeño que no merezca la pena calcularlo la próxima vez que camines bajo la luz de la luna. Seguramente tengas otras cosas en qué pensar.


"Enfréntate a la bestia con sus propias armas, y descubrirás que no eres tan fuerte"
Seth, en El Señor de las Bestias.



CAPÍTULO IV



El trabajo de detective se basa en unos pocos pilares básicos. Observación, perseverancia, mente abierta y poco más. Como decía Holmes, cuando todo lo imposible ha sido descartado, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad.
Así que cuando aquella imponente mujer se desabrochó la blusa y vi sus grandes pechos agitarse con furia mientras se la arrancaba, cubriéndose de pelo un instante después, la verdad quedó bastante clara.
El rostro de la mujer empezó a moverse dentro de su piel, mientras sus huesos y músculos se reordenaban y sus ojos parecieron encogerse, hundirse en las cuencas, tal vez un efecto óptico debido a la prolongación de su boca en un hocico.
No me quedé a ver el resto de la película.
Traté de levantarme, cogiendo a mi amante fortuita para apartarla de lo que se avecinaba, pero ella aún cerraba con fuerza sus piernas sobre mí, y yo estaba clavado como una mariposa en el tablero de un coleccionista. Como una mariposa muy excitada.
-¡Tenemos que largarnos! –grité a la vez que rodábamos sobre la cama, abrazados, con sus caderas aún moviéndose- ¡Rápido!
Caímos al suelo, con la cama entre la mujer lobo y nosotros, con la chica del bar sobre mí. En lugar de levantarse y salir corriendo, lo que hizo ella fue seguir moviendo sus caderas, saltando con lujuria renovada sobre mí, y la mezcla de terror, excitación y adrenalina convirtieron aquello en la más salvaje experiencia sexual que recuerdo. Duró apenas tres segundos, el tiempo que tardó ella en responder entre jadeos.
-No tienes ningún sitio al que huir, imbécil...
El gruñido ronco que vino del otro lado de la habitación parecía apoyar la idea. Yo tampoco estaba en posición de discutirla.
El siguiente momento fue muy confuso. Al mismo tiempo que ella llegaba al climax, mi cuerpo respondió, derramándome dentro del suyo como una presa que se abre, y ambos nos tensamos en perfecta armonía, mi grito involuntario uniéndose a su chillido de placer, de triunfo, y al aullido de rabioso dolor de la cosa al otro lado de la cama.

Entendí lo que ocurría. Una parte importante del trabajo de detective consiste en tener la suerte de encontrarte en el lugar y momento adecuados para ver cómo sucede lo improbable.
No tenía tiempo de pararme a discutir con la maldita mujer, y desde luego, ella no necesitaba que la salvase. Puse las manos en sus pechos y empujé con todas mis fuerzas, consiguiendo por fin quitármela de encima. Al otro lado de la cama, la espalda de la mujer lobo se había ensanchado casi medio metro, y sus ojos eran ya de un color dorado pálido. Cruzamos nuestras miradas durante un instante, y vi en la suya el mismo dolor, la misma rabia frustrada y desesperada de cualquier enamorado que descubre la infidelidad de la persona amada.
Cogí del suelo mis pantalones, aún enredados en mis botas, y abrí la ventana. Salir por la puerta era imposible, con aquella cosa en medio, y eso dejaba fuera posibilidad de llegar hasta mi arma, así que la prioridad era poner tierra de por medio. Tendría que conformarme con la navaja que guardaba en la funda cosida al interior de la bota izquierda. Subí al alfeizar, con el bulto de ropa bajo el brazo, mientras mi amante se levantaba mirándome con rabia.
-¡Ya te llamaré yo, preciosa! –grité mientras saltaba.
Lanzarme a la calle implicaba un salto de dos plantas, mientras que a la derecha de mi posición había otro edificio igual de alto, que como mucho me ofrecía la posibilidad de agarrarme a un balcón. Nada muy prometedor. A la izquierda había un edificio más bajo que en el que me encontraba, y después un solar en obras, vallado. Parecía un descenso más gradual, y en una zona no habitada. Todo ventajas.
No habría sido un salto fácil para un humano normal, pero yo soy un poco más que eso. No tan poderoso como la licántropo, pero sí más ágil, fuerte y resistente que los humanos normales. O eso esperaba.
Salté con la mano izquierda estirada hacia delante, la derecha sujetando la ropa, y conseguí aferrarme al canalón del edificio. La inercia y un buen impulso hicieron el resto, y giré sobre el canalón, el cuerpo horizontal, soltándome cuando ya había superado la esquina. El dolor del brazo y el golpe contra el tejado me dejaron casi sin respiración, pero no tenía tiempo para sutilezas.
Me puse en pie, corriendo a lo largo del tejado hacia el solar, donde esperaba encontrar un pico, un buen puntal de hierro o alguna otra cosa que me sirviese de arma improvisada.
Un golpe y un gruñido ronco a mi espalda me informaron de que la mujer lobo estaba ya sobre el tejado, muy cerca, así que aceleré la carrera, buscando con la mirada un punto de aterrizaje adecuado. Si yo fuese un detective de peli americana, habría encontrado una piscina.
Salté directo hacia un palet de sacos de cemento.
La mujer lobo saltó medio segundo después, su olor mezcla de Anais y perro viejo envolviéndome, y supuse que me caería encima, que la cosa acababa ahí.
Aterricé sobre los sacos de cemento con las piernas flexionadas, estirándolas mientras me zambullía hacia delante, y sentí el peso inmenso de la bestia cayendo justo detrás. Su masa, multiplicada por la energía que invirtió en la transformación, había aumentado hasta dos o tres veces la original. Por eso les cuesta tanto permanecer en nuestro plano o mantener la transformación. El coste energético es inmenso, aunque ella pensaba resolverlo con un buen plato de Silencio.
En todo caso, ella no rebotó sobre los sacos, ya rotos y desequilibrados por mi aterrizaje. Mientras yo rodaba hacia delante, el palet se desmoronó y varios de los sacos reventaron literalmente, haciendo que la mujer lobo cayese entre una polvareda áspera y opaca.
Agradecí aquellos segundos de tregua y corrí hacia la valla de la obra, sintiendo el peso y el calor de la medalla de San Cristóbal mientras golpeaba mi pecho a ritmo de galope. La medalla, llena de la energía emocional de la chica muerta, una energía canalizada por la plata, reaccionaba a la presencia de la bestia. Lo que era cojonudo metafísicamente hablando, pero de dudoso sentido práctico.
Por el camino cogí una barra del suelo, ya que tener un mal arma es mejor que no tener ninguna, y mi navaja no podía contarse como tal. Un instante después estaba saltando la valla. Mi enemiga seguía perdiendo el tiempo entre una nube de cemento en polvo, destrozando lo que quedaba al alcance de sus garras, así que obtuve una cierta ventaja.
Corrí por las calles estrechas, desnudo, sucio y con un palo en la mano, buscando un refugio que me permitiese reponerme. Las calles de la zona son en gran parte callejuelas, cortas, estrechas y curvas, y eso obraba en mi favor. Claro que la bestia se guiaba por el olfato, y yo apestaba a adrenalina y al olor, sin duda conocido por ella, de la chica del bar. Me encontraría antes o después.
Recorría una calle algo más larga, en suave curva, cuando encontré la solución. Un contenedor de los viejos, con su tapa y sus rueditas, nada de moderneces soterradas, asomaba en la esquina de la calle con un callejón lateral. Sin pensarlo demasiado, me metí dentro y cerré la tapa, zambulléndome entre las bolsas como un niño en una piscina de bolas. Si aquello no disimulaba el olor, era hora de entregar las armas.
Retorciéndome entre la basura, me puse los pantalones y las botas. Siempre es más digno que encuentren tu cadáver con algo de ropa, y si tenía que seguir corriendo descalzo acabaría con muñones. Además, en esos pocos segundos pude tranquilizar mi mente y analizar hechos e hipótesis.
Hecho; un licántropo había matado a cuatro chicas en la zona.
Hipótesis: la chica del bar y la licántropo tenían una relación de pareja.
Hecho: la chica me había llevado a su casa, seguramente porque mis preguntas en el bar le hicieron pensar que podía descubrirla. Cuando la licántropo nos había encontrado juntos, atacó movida por los celos. La chica del bar reaccionó como si desease precisamente eso.
Hipótesis: la mujer con la que me había acostado sedujo o contrató a las chicas muertas, provocando intencionadamente la furia de la mujer lobo.
Hecho: dicha mujer era muy hija de la gran puta.
Cogí mi improvisada arma, y sólo entonces me di cuenta de que era un trozo de tubería de PVC, útil como mucho para matar a una rata pequeña. Uno de los extremos estaba astillado y roto, pero eso no me serviría para detener a la criatura.
Mientras me planteaba el quedarme en el contenedor unas horas, hasta que la bestia perdiese mi pista, escuché un sonido de risas en el exterior. Saqué la cabeza del contenedor, alzando la tapa lo justo para poder asomarme, y vi en el fondo del callejón las siluetas difusas de dos tipos que, iluminados por las brasas de sus cigarrillos, compartían una botella. Genial. Dos vagabundos. Miré hacia la calle por la que yo había venido. Parada en la esquina, la bestia olisqueaba el aire y el suelo. No tardaría más que unos segundos en retomar el rastro.
Iluminada apenas por la luz de las farolas, la licántropo era más que imponente. Medía tal vez un metro noventa, quizá algo más. Su espalda ancha y musculosa, cubierta de un pelo gris pardusco, se agitaba al ritmo de su respiración, y los brazos, que colgaban casi hasta las rodillas, mostraban una tensión muscular que simplemente impresionaba. Las garras, aún teñidas parcialmente de un esmalte de uñas rojo pasión, se agitaban nerviosas. La figura se detuvo, giró la cabeza hacia el callejón y aspiró con fuerza. Había encontrado otra vez el rastro.
Bajé la tapa y me sumergí entre las bolsas de basura.
Opciones, opciones. Necesitaba opciones.
Bueno, había una. La bestia recorrería la calle en mi busca, y al llegar junto al contenedor, lo más probable era que perdiese temporalmente el rastro, porque aquella basura apestaba como el vómito de una cabra. Pero vería sin duda a los dos vagabundos del fondo. Y, llevada por el ansia de caza, les atacaría. Acabar con dos tipos que además tratarían de huir le llevaría unos minutos, los suficientes como para que yo saliese del contenedor y corriese en dirección contraria. Tal vez los suficientes como para volver a la casa de las mujeres y recoger mi arma, tal vez incluso los suficientes como para volver a mi habitación de la pensión y coger un verdadero arsenal. Sólo eran dos vagabundos.

Escuché un ronco gruñido, bajo y sostenido, a apenas un par de metros del contenedor. Ya estaba allí. Era el momento de decidirse.

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11 comentarios:

  1. Había comentado aquí!! Anda, a ver si editas el tener que poner numeritos y clave para comentar: es una lata...

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    1. Pues no sé cómo editar eso, Rosa... pero no seas perezosa, los comentarios me dan vida.

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  2. Espero ke no se meriende a Silencio jeje...imecable e impresionante como siempre. Me encanta esta intriga!

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  3. La escena del amante descubierto la has llevado al paroxismo ;) Acción de la buena, con las dosis de humor negro que este personaje regala a manos llenas. La música sugerida, muy acertada. Y la pregunta del final...Por experiencia y observación, no conviene ponerse a tiro de una mujer cabreada, y menos si es un híbrido de cánido. Pero eso suele ser un error típico del género masculino. Un saludo desde mi Luna, Bartolomé

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  4. Impresionante! No he podido esperar a llegar a casa para leerte :) Qué bien está evolucionando esta historia. Me encanta el ritmo que le das y cómo vas dirigiendo la intriga. Estoy ya deseando ver cómo sale Silencio de esta. Un abrazo.

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  5. ¿Que qué haría yo? Ya lo habría hecho, maifrén: zurrarme de miedo: ni más, ni menos.
    Pero apuesto a que Silencio no vuelve grupas. Veremos.

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  6. Supongo que no es de los que vuelven grupas. La pregunta es la de siempre, si eso le hace más valiente, más estúpido o un poco de cada.

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  7. Prefiero no elucubrar y dejar que el escritor me sorprenda, que es uno de los gozos del leer. La escena, tremebunda y cargada de adrenalina, me quedoa la espera de la continuación.

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    1. Gracias por las visitas y comentarios, Ender, se me pasó responderlos en su momento. Un saludo.

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  8. Pues no creo que sirva para nada la respuesta pero yo no me quedaba allí para verlo. Me iría aprovechando la coyuntura. Ahora si Silencio es medio bobo, como suelen serlo todos los héroes, pues se quedará a defender a los borrachos, aunque sea con la....

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    1. Cierto, los héroes no son los más valientes, sino los suficientemente tontos como para quedarse a luchar. O al menos así lo creo en muchos momentos.

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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.