9
Intramuros
El poder es un tesoro extraño, pues crece
cuanto más se gasta. Quienes lo atesoran sin mostrarlo como avaros que guardan
su oro en sótanos oscuros corren el riesgo de parecer débiles y por tanto,
vulnerables, a los ojos de otros. Sin embargo, algunos derrochan ese poder,
hacen de él una bandera visible para todos, y así demuestran tanto su fuerza
como su capacidad de ejercerla sin que se agote. Como un hombre con un arma en
la mano, se muestran peligrosos y fuertes.
Binah conoce esta verdad acerca del poder y
no duda en emplearlo cuando tiene ocasión.
Por eso no espera a que el dirigible llegue a
la torre de embarque. Ordena abrir las compuertas de la cabina y sale al
exterior, mostrándose ante su ejército. Con un paso suave y calculado abandona
el vehículo y se queda suspendida en el aire, flotando, descendiendo despacio a
la vista de todos. Sus brazos, ligeramente separados del cuerpo, con las manos
abiertas hacia fuera, parecen ofrecer un abrazo protector a los soldados, aún
conmocionados por el espectáculo de la mágica niebla.
Su túnica blanca resplandece reflejando la
luz, el brillo del cordón de oro que ciñe su cintura es el de un amanecer nuevo
y limpio, y el manto azul que la cubre por encima de la túnica se funde con el
color del cielo. El rostro de la mujer es hermoso y terrible, muestra una paz y
una dignidad apenas negada por los labios gruesos, jugosos, apretados en un
gesto de enfado contenido. Su negro cabello flota mientras desciende, adornado
por varias trenzas verdes que capturan y reflejan la luz en tonos de jade y
esmeralda, y en la cara, varias pequeñas perlas de pureza infinita aparecen
engastadas en la piel de la mejilla izquierda, formando una lágrima eterna bajo
su ojo, una lágrima que representa el dolor que como Madre de Todos, la Maestra
Binah ha de sufrir por sus hijos.
Ése es el sobrenombre que recibe en las voces
de miles de soldados mientras desciende hasta detenerse a decenas de metros por
encima de ellos.
Ella gira lentamente sobre sí misma,
brillando como una estrella naciente, y los hombres y mujeres de su ejército
caen de rodillas, posan sus frentes en el suelo, maravillados, asustados y
cegados por la figura femenina, susurrando “Madre, Madre” como un mantra. Binah
alza los brazos hasta colocarlos paralelos al suelo, acallando las voces de sus
seguidores. El silencio se extiende como una alfombra mullida y pesada.
-Hijos míos –dice la Maestra–, escuchadme.
Todos habéis visto lo que el enemigo acaba de hacer a vuestros hermanos. Mis
hijos, presos y humillados, ejecutados por el capricho de un loco. ¡No voy a
permitirlo! ¡Ninguno de vosotros va a permitirlo! Mañana al amanecer atacaremos
y nadie retrocederá hasta que el último de esos forajidos haya muerto.
¡Preparad las torres y las escalas, afilad vuestras armas y disponeos al
combate!
Las huestes, cansadas de trabajar en las
trincheras durante todo el día, bajan la cabeza e intercambian miradas
incómodas, agotadas. El agotamiento y el miedo se unen para atenazar sus
espíritus. Pero mantienen una silenciosa actitud de respeto. Aquí y allá,
algunos murmuran, desencantados, y varios de ellos lo hacen en voz demasiado alta,
demasiado indiscreta. Sus propios compañeros se apartan de los disidentes,
señalándoles con el dedo y aislándoles mientras los oficiales les rodean y les
apartan de la multitud. Todos saben que esos soldados desaparecerán para
siempre, que nadie volverá a verlos. Binah no consiente la desobediencia.
Mientras la Maestra Madre se dirige a las
tropas, el dirigible llega a la torre de embarque y lanza sus amarras. Los
operarios de la torre enganchan los cabos y hacen descender el globo hasta que
la cabina se posa suavemente sobre la pista y sus ocupantes descienden de ella.
Diez crubines forman en fila a un lado, sus rubias cabezas enhiestas, sus alas
de blancas plumas extendidas hasta tocarse unas con otras creando una barrera
ceremonial para flanquear el paso de su amo. Al otro lado, frente a ellos, diez
riselkas, doncellas guerreras que forman la guardia personal de Binah, forman
con igual solemnidad. Hijas y madres, las riselkas son el orgullo de la Maestra
Madre y la más peligrosa de sus armas, una extensión viva de su poder. Los
largos cabellos de tonos verdes y azules cubren como túnicas sus cuerpos
desnudos, ondeando con vida propia. Entre la guardia de honor camina ahora
Yesod, Maestro de la Tradición y aliado de Binah, que se acerca al borde de la terraza
para escuchar las palabras de la Madre.
-Creo que ahora la has enfadado en serio,
Espejo –dice para sí mismo.
Y su rostro maduro y curtido dibuja una
sonrisa.
Binah y Yesod se reúnen en el castillo de
éste; es el más cercano al palacio de Espejo y a la empalizada que marca su
territorio, y los aliados lo utilizan como cuartel general.
Ambos pasean por los jardines, un paisaje
ordenado y limpio conformado por avenidas boscosas y macizos de flores de toda
clase y color, que confluyen en la amplia avenida que parte de la puerta
principal. Prolongando ese camino en línea recta hasta más allá de donde
alcanza la vista, el caminante llegaría a una de las vías principales de la
Ciudad, un eje que termina por un extremo en la Tercera Puerta tras pasar por
el Palacio de los Espejos, y en el otro lleva hasta el abandonado territorio
del Castillo Pendiente, donde dicen que el Vigía Ciego espera el fin de la
eternidad.
Para quienes tengan el valor y la
perseverancia de cruzar el salvaje valle que rodea el Castillo, la avenida
continúa hasta la Primera Puerta, en los terrenos del Palacio donde reina el
Maestro de la Voluntad. Sin embargo, ese viaje es ahora tan imposible como
inútil, y cualquier habitante de la Ciudad daría un rodeo antes de acercarse al
Castillo y su umbrío bosque.
Yesod tiene la vista perdida en dirección a
la Tercera Puerta. Su pecho desnudo y musculoso se agita con un leve suspiro
que no escapa a la atención de su amante.
-¿En qué piensas, querido? –pregunta Binah.
-No conseguiremos que se rinda –responde él-
y la victoria nos costará ríos de sangre.
Ella asiente mientras ambos se detienen junto
a un banco de mármol verde. Se sientan muy
juntos, tomándose de la mano. Yesod juguetea con las verdes trenzas de
la mujer.
-Estamos haciendo lo que es correcto y
necesario –dice ella.
-Lo sé. Sé que debemos acabar con esta guerra
y reinstaurar el orden. Pero es triste pensar que nuestro hijo nacerá en un
mundo tan conflictivo.
-El conflicto terminará pronto. Mañana
lanzaré el ataque final y Espejo será vencido.
Yesod sonríe, aunque es una sonrisa discreta,
casi furtiva.
-Sé que muchos morirán... –dice con pesar– y
sólo desearía que hubiese una oportunidad para la paz.
Binah agacha la cabeza, apoyándose en el
pecho del hombre. Su fuerza eterna le proporciona seguridad y confianza, y se
ha acostumbrado a buscar su consejo desde que la guerra les unió.
-¿Crees que debemos negociar?
Él parece sopesar largamente la cuestión
antes de responder.
-Ojalá fuese posible. Pero hemos visto cómo
actúa Espejo. Lo que ha hecho al invocar esa niebla... es algo que nadie había
hecho antes, es una magia tan sucia que ni siquiera en mis archivos aparece
nada similar. Ni en las antiguas guerras vimos nada parecido.
Binah se lleva las manos al vientre. Siente
cómo la vida crece en su interior. Ella, que se llama a sí misma Madre de
Todos, va a ser por primera vez madre en el más amplio sentido de la palabra.
No permitirá que su hijo crezca en un mundo abandonado al caos.
-Espejo ha estado muy cerca de violar los pactos
–continúa su compañero con voz triste- y jamás había ocurrido algo así desde
que fueron firmados.
-Entonces... estamos de acuerdo. La
negociación no es posible.
-Supongo que no podemos fiarnos de la palabra
de un loco, querida.
Una patrulla de crubines se acerca por el
camino, encendiendo las farolas de gas que lo flanquean. Sus túnicas cortas se
asemejan a la vestimenta del Maestro, leves trozos de tela que muestran los
poderosos torsos. Las alas forman una capa de exquisita blancura y cubren los amplios
hombros. Los crubines son un exponente vivo de la fuerza y solidez de Yesod. El
Maestro de la Tradición es poderoso porque es constante, sus reglas son
obedecidas y respetadas por aquellos opuestos al cambio, por aquellos que
desean que todo siga igual. En la Ciudad hay muchos seres que piensan así,
permitiendo que sus fuerzas sean canalizadas por Yesod, sirviéndole y
apoyándole para que nada cambie. Porque en la Ciudad, como en el mundo
durmiente, sólo desean cambios quienes están en la base de la pirámide,
soportando su peso.
Yesod ha sido desde el principio de la guerra
el mejor aliado de Binah. Sus puntos de vista son semejantes. Su fuerza está en
la tradición, en el reconocimiento de los inferiores hacia los superiores, de
la obediencia debida por los esclavos a los amos, por los hijos a sus padres,
por los débiles a los fuertes. Binah desea educar al mundo en esa obediencia, y
es una madre tan severa como cualquier otra e igualmente convencida de que hace
lo mejor para sus hijos. Yesod no se preocupa por educar. Le basta con someter,
y sin embargo parece dejar las decisiones en manos de la Madre. Por eso, cuando
los crubines se alejan, tras saludar a los Maestros con una reverencia,
pregunta a su compañera cuál será el siguiente paso.
-Voy a enviar mi arma más poderosa contra él
–dice Binah– y espero contar con tu apoyo. Mañana será el último día de esta
guerra.
-Mis ejércitos lucharán a tu lado, Madre de
Todos –asegura él– aunque quisiera que no fuese necesario.
Ella le besa levemente en los labios antes de
hundir de nuevo la cabeza en su pecho.
-Eres un buen hombre, amor mío. Pero debemos
luchar, el escarmiento es el único camino hacia la estabilidad, por mucho que
te entristezca.
Acariciándola el pelo, Yesod sonríe.
-Así sea. Y que el amanecer vea el último día
de esta guerra.
AL CAPÍTULO 10
SI QUIERES EMPEZAR LA HISTORIA DESDE EL CAPÍTULO UNO, AQUÍ ESTÁ EL ENLACE
AL CAPÍTULO 10
SI QUIERES EMPEZAR LA HISTORIA DESDE EL CAPÍTULO UNO, AQUÍ ESTÁ EL ENLACE
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQué grande!
ResponderEliminar"El poder es un tesoro extraño, pues crece cuanto más se gasta"...Hala, así, sólo para empezar! Y utilizar el imaginario popular para jugar con las emociones del lector es uno de los mayores golpes de efecto que he vivido en mis años de lectora. Sabes que la "emoción" que en mi ha despertado el uso de ésta imaginaria es justo el contrario al deseado, y es que manipular emociones ajenas es un arte complicado de resultados imprevisibles ^-^ Estoy impactada, maravillada, entusiasmada, alucinada y emocionada...Hasta quedè sin palabras adecuadas para transmitirte mi apoyo incondicional con un comentario. Muy fan. ^-^
ResponderEliminarMuchas gracias, Rosa. Es cierto, las emociones son difíciles de manejar, aunque es genial el pensar que provoco alguna con el relato, y que esos guiños son captados. Espero que siga pudiendo sorprenderos, aunque por lo que me comentan por las redes sois un público complicado de sorprender. Y eso me encanta. Un abrazo.
EliminarEs un personaje que me dará trabajo, Maga, pero creo que tiene un fondo interesante. En cuanto a el arma... bueno, teniendo en cuenta los Pactos y la niebla, diré que... que no digo nada, me gusta pensar que podéis estar imaginando, haciendo alguna cábala.
ResponderEliminarUn abrazo.
En mis vacaciones cambie tomar una birra con un colega, por coger el portátil y seguir leyendo y te juro por el tatuaje que no tengo, que a sido el mejor cambio :)....
ResponderEliminarUn abrazo.
Jaja, espero que leyeses con una birra cerca, que es compatible.
EliminarUn abrazo.