El pasado día cinco de septiembre fui
al acto celebrado por Tinta Púrpura Ediciones y De Viva Voz en que
se fallaba su premio al mejor relato de terror, para el que tuve la
fortuna de ser seleccionado como finalista.
Como algunos ya sabéis, en los últimos
meses me he planteado muy seriamente lo de jubilar el bolígrafo,
pero el apoyo de mi equipo asesor, de los pacientes lectores y de
iniciativas como ésta me hacen seguir intentándolo. Así que allí
me planté, venciendo mi renuencia a las apariciones públicas y mi
eterno síndrome del impostor. Y escoltado por un buen colega, que
siempre ayuda.
Tengo que destacar la amabilidad del
personal de la biblioteca Eugenio Trías y el equipo de la editorial,
que nos atendieron como a verdaderos VIPS y consiguieron que mi
pánico social se convirtiese en simple incomodidad. Hasta adaptaron
el horario a nuestras necesidades, dependientes del transporte
público.
El acto empezó con una charla a cargo
de Covadonga, editora de Tinta Púrpura, sobre correcciones de
nuestros textos. Simpática, dominando el tema e implicando a los
oyentes. Una verdadera gozada.
Claro, al sentarnos poco antes de que
empezase vi que había una docena de personas en la sala, pero cuando
acabó la cosa aquello estaba lleno y me volvió el pánico. Aunque
también fue satisfactorio ver allí a gente que sólo conozco por la
red, por sus actividades literarias, y a un montón de gente que
disfruta la literatura tanto como uno mismo, gente con pasiones e
inquietudes parecidas.
Llegó el momento de conocer el
resultado y, entre aplausos, los finalistas fuimos a sentarnos en las
primeras filas. A esas alturas yo ya tenía la boca seca y cara de
idiota, por supuesto. Siempre me preguntaré qué hago yo en esos
sitios, si de verdad lo merezco. Y eso que, como digo, la gente de la
organización nos hizo sentir muy cómodos.
El premio fue para Luis Gómez García,
y la segunda finalista fue Bárbara Rufino dos Santos Silveira, a
quienes felicito desde aquí. Ambos salieron a recoger sus diplomas y
nos dedicaron unas palabras, y he de decir que envidio su soltura,
porque cuando fue mi turno creo que hice poco más que balbucear
agradecido. Qué vamos a hacer, soy tímido.
Como el tren no espera, tuve apenas
unos minutos para charlar con el jurado y con Bárbara, y no pude
acercarme a felicitar a Luis, por lo que me disculpo con él. También
tengo que agradecer las felicitaciones de varios asistentes mientras,
flotando a unos diez centímetros del suelo, recorrí la sala para
irme.
Porque esto de escribir es una gozada
de trabajo. Una verdadera maravilla. Pero también tiene mucho de
magia, en el sentido en que intentamos transmitir una idea, una
sensación o un sentimiento a ese paciente lector, casi siempre tan
lejano. Aunque la interacción en las redes sociales es una gran
ventaja y nos permite charlar con vosotros y conocer vuestra opinión,
pocas veces tenemos la oportunidad de veros cara a cara y de sentir
ese apoyo que nos dais. Eventos como este son un canal perfecto para
llevar la magia en ambas direcciones, para conoceros y que nos
conozcáis. Así que es todo un privilegio haber estado ahí. Por eso,
cuando agradezco a quienes lo han hecho posible mi presencia en este
y otros eventos, o que mis trabajos aparezcan en nuevas antologías,
o que mis novelas se vayan vendiendo, no me refiero sólo a editores
y a quienes convocan concursos; lo hago también a toda esa gente,
demasiados para citar cada nombre, que me impulsa a diario, que
aguanta mis malos ratos y me anima a no jubilar el bolígrafo. Y a
todos esos compañeros que escriben, que dan vida a la literatura
trabajando duro e intentando progresar, haciendo que los demás
progresemos para estar a la altura, o al menos intentarlo. Sois
magia.
Dicho todo esto, vuelvo a lo mío. Hay
más novelas que escribir, más relatos que presentar a nuevas
convocatorias, más trabajo por hacer. Nos vemos, si os va bien, el
28 de septiembre en el Día del Tentáculo.
Y ya otro día os cuento el viaje de
vuelta, que creo que dará para un relato de terror. Gracias,
paciente lector.
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