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viernes, 17 de octubre de 2014

PUERTA UNO. EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. CINCO.



https://www.youtube.com/watch?v=xB5K3G09lrA




5
Extramuros

-De nada te valdrá saber mucho si no lo aplicas bien, chaval –dijo el tío Sebastián. 
Fernando giró la cabeza para mirar a su tío. Sentado delante de él en el caballo, el niño no entendía de qué le hablaba Sebastián. 
Habían pasado tres días desde el episodio en la poza, tres días en los que el niño esperó una explicación de lo ocurrido, de cómo habían podido respirar bajo las aguas igual que los peces, del papel que, sin duda, jugaba la llave de madera en aquella maravilla, y sobre todo, de la normalidad con que su amplia familia había reaccionado. 

Los Deza eran una familia estricta, y él había esperado un castigo en consonancia con su travesura. Sin embargo, casi todos lo tomaron mejor de lo que cabía prever, aunque el abuelo Anastasio y el tío abuelo Isidro llegaron a sacar los cintos de las trabillas, haciendo que el empapado muchacho cerrase los ojos en espera de su ración de azotes mientras se ocultaba tras las faldas de su madre. Pero ellos eran muy viejos y pensaban de otra manera. Por Dios, si tenían al menos cincuenta años. Sebastián y Jacinto se llevaron aparte al niño, mientras las mujeres calmaban a los patriarcas. 
Hablaron con él, muy serios, explicándole el peligro que había corrido por su imprudencia, lo importante que era que fuese más responsable y la suerte que tuvo de que Sebastián estuviese cerca, porque era el único capaz de salvarle en la poza, el único que podía haber buceado tan abajo y tan rápido. Después le castigaron sin caldereta ni repapalos, y tuvo que comerse sólo las patatas, aunque su primo Ricardo, disimulando, le pasó un par de tajadas de cordero cuando los mayores no miraban. 
Y ahora, allí estaba, sentado en la silla delante de Sebastián, cansado, con las piernas y el culo doloridos por las horas a caballo, y el robusto pecho de su tío como único respaldo. Notaba en la cabeza el tacto cálido y duro de la llave de madera, y se moría por hacer mil preguntas sobre ella, pero al principio del viaje, su tío le había pedido que prometiese no hablar del tema. 

Sebastián había detenido al caballo en lo alto de una loma, desde la que se contemplaba un paisaje verde y amarillo, salpicado de amapolas y arbustos, onduladas tierras en las que pastaban tantas ovejas que el niño temió dormirse si trataba de contarlas. Todas eran propiedad de los Deza, al igual que buen número de cerdos, el sostén de su próspero negocio ganadero y textil, y sólo eran otro más de los rebaños que habían visitado en aquellos tres días. 
-De nada te valdrá saber mucho si no lo aplicas bien, chaval –había dicho el tío Sebastián. 
-¿Por qué dices eso, tío?
El hombretón bajó del caballo, ayudó a bajar al niño y se lió un cigarrillo de picadura. 
-Estás dando vueltas a la llave –dijo mientras lo hacía– y a lo que podrías hacer con ella. 
Fernando asintió, frotándose las nalgas por encima del pantalón. Cómo dolían. 
-¿Es una llave mágica, verdad? –preguntó, ansioso. Por fin su tío parecía decidido a romper el secretismo. 
Sin embargo, lo único que hizo Sebastián fue darle un suave pescozón en la cabeza y rascar la piedra hasta que pudo encender el cigarro. 
-¡Ay! ¡Eso duele!
-¿No me prometiste que no preguntarías nada sobre la llave? –inquirió Sebastián.
-Sí...
-Pues más que mis collejas duelen tus mentiras. 
Se sentaron en la ladera. Fernando intentó explicarse. 
-No he mentido. No quería preguntar, pensé... –se calló. No estaba seguro. 
-No cumpliste tu palabra. O has sido mentiroso, o has sido débil. Las dos cosas son malas. 
El tío descolgó de su hombro la bota de vino, vertiendo limpiamente un largo chorro en su boca mientras el niño, pensativo, miraba el paisaje. Después Fernando preguntó:
-¿Y qué es peor?
Sebastián sonrió, se limpió la sonrisa con el dorso de la mano y respondió sin dudar:
-Ser mentiroso. Si eres débil, puedes esforzarte y ser fuerte. Pero a ser mentiroso te acostumbras, y parece fácil. Al final, uno se olvida de cómo no serlo. 
-¿Y cómo me hago menos débil?
-Mira allá abajo y dime qué ves. 
El niño obedeció. 
-Ovejas. Y perros. Y pastores. Campo, un riachuelo...
-Nuestras ovejas. ¿Te parecen animales fuertes?
Fernando se encogió de hombros. Las ovejas eran suaves, y simpáticas. Eran cálidas. Pero no pensaba que fuesen fuertes. Así se lo dijo a su tío. 
-Tienes razón, no lo son. Los perros son más fuertes, ¿verdad?
Fernando asintió.
-¿Pero más fuertes que los pastores? –preguntó de nuevo su tío.
Tantas preguntas mareaban al niño. Sin embargo, sabía que eran importantes, y no pensaba volver a decepcionar a su tío. Porque le quería, y también porque quería aprender cosas sobre la llave. Así que se concentró y pensó durante unos minutos. 
-Supongo que los perros son más fuertes. Corren y saltan mejor, y tienen dientes. 
-Pero los pastores gobiernan a los perros. 
-Y los perros a las ovejas –replicó el niño. 
Su tío asintió, dando una calada larga y satisfecha al cigarro. 
-Es cierto. Y las ovejas pastan en nuestra tierra, los pastores cobran porque nosotros vendemos la lana y la carne, y los perros viven porque los pastores les alimentan. 
-¿Entonces, nosotros somos más fuertes que los perros, que los pastores y que las ovejas? –preguntó el niño. 
-Los pastores saben dónde hay buenos pastos y cómo cuidar a las ovejas, cómo ayudarlas a parir, alimentarlas, esquilarlas. Los perros saben mantenerlas juntas, defenderlas del lobo, aunque ellos mismos las matarían si los pastores no les vigilasen y educasen, y atacarían a los mismos pastores si no estuviesen satisfechos del trato que reciben de ellos. Y nosotros sabemos dónde y por cuánto vender la lana o comprar la tierra para que todo ello se mantenga. Pero, sin las ovejas, ninguno de nosotros tendría nada que hacer, ni pan que llevarse a la boca. 
-Si las ovejas se pusiesen de acuerdo, mandarían ellas –dijo Fernando sin pensarlo demasiado. 
Su tío rió, una risa fresca y satisfecha por cuyos bordes escapaba el humo. 
-Eso es más verdad que Dios –dijo mientras apagaba la colilla con cuidado–, y tal vez no lo hagan porque no lo saben. 
-Entonces... –el esfuerzo hacía que el ceño de Fernando se frunciese, y su tío vio un atisbo de los rasgos del hombre que, dentro de él, esperaba el futuro- las ovejas son fuertes pero no lo saben, y los perros son fuertes pero hay que controlarlos, y los pastores son fuertes pero tienen que tener contentos y cuidados a los perros y a las ovejas. Y nosotros somos fuertes pero dependemos de todos los demás. No entiendo nada. ¿Quién es el más fuerte?
Su tío se levantó, echó otro largo trago de vino y alzó en brazos a Fernando, colocándole de nuevo sobre la silla. La rabadilla del niño protestó, pero el esfuerzo mental hizo que ignorase las molestias físicas. 
-Eres un niño muy despierto para tu edad, Fernando –dijo mientras montaba detrás-. Mucho, de verdad. Tienes tiempo para pensarlo, y decidir si quieres ser oveja, perro o pastor. Escoge bien de qué manera quieres ser fuerte, porque no depende sólo de cómo has nacido. Tu fuerza te llevará por un camino, y el camino te dará o te quitará fuerza. Aprende a conocer ambos.
Fernando no entendió nada en aquél momento, pero se sintió feliz y relajado cuando la manaza de su tío le revolvió cariñosamente el pelo mientras seguía hablando. 
-Gasta paciencia, muchacho. Después de todo, tenemos mucho tiempo.

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2 comentarios:

  1. En el próximo capítulo hablamos de lo que ocurre intramuros... y queda mucho por hablar de los Deza, por supuesto, mientras sigáis queriendo escuchar. Un abrazo.

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  2. Detesto este Blogger que se traga mis comentarios...
    Te decía, muy como soy yo, que me encanta esta historia y me gustas infinitamente más en esta faceta. Que, como dice tu amiga La Maga, "los viejos de 50" son la esencia misma de la niñez y lo plasmas así de una manera tan sutil que parece que no te cuesta nada conseguir hacer tan vívida esta historia tanto a nivel emocional (el niño realmente tiene pensamientos de niño) como a nivel "estético" veo las ovejas; tantas que no las cuenta por no dormirse y huelo el campo. Haces fácil lo difícil y lo haces de una manera que parece así, sencillo y natural.
    Decía esto y alguna cosa más, pero más bonitamente escrito y expresado. Y me ofende mucho que Blogger se lo haya merendado.

    Ahora iré a leer la continuación, a ver qué diantres has inventado para qud resulte creible saltarse las leyes de los Señores y de la Física.

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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.

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