CARGA COMPLETA
Mi nombre es Jonathan Silencio, y soy algo así como el guardián de las Puertas de la Muerte. No alguien al estilo de San Pedro, con su túnica y sus llaves; más bien el tipo cachas que te mira mal en la puerta de la discoteca y te dice, “no estás en la lista, llevas calcetines blancos, aquí no entras”. El mío es un trabajo duro para tipos duros. Y me pagan bien por ello.
Mi cliente era uno de esos coleccionistas excéntricos, volcados en atesorar objetos peculiares para esconderlos en alguna sala climatizada; su obsesión era recopilar reliquias religiosas con supuestas capacidades milagrosas. La mayoría de ellas no son más que joyas, adornos, pero algunas resultan verdaderos objetos de poder. Objetos mágicos. Y eso es algo que siempre me preocupa.
Me contrató tras sufrir un robo en su despacho, donde guardaba algunas de las piezas de la colección. Curiosamente sólo faltaba una, un antiguo medallón de San Judas Tadeo, de bronce, que según él tenía cuatro siglos de antigüedad. Había recurrido a mí porque la policía no le parecía eficaz, según sus palabras, aunque yo sospechaba más bien que el origen de su colección no era tan limpio como para presentar documentación legal. Eso ya me iba bien, porque me convertía en su único recurso y me permitía fijar mi factura con libertad.
Así que mientras saltaba la tapia del cementerio en aquella noche de invierno, camino de la tumba de un hombre bueno, iba pensando en el fajo de euros que me consolaría del frío y en las vacaciones que pensaba pasar en algún lugar calentito de la costa.
Distraído por esos pensamientos, estuve a punto de no detectar a la figura oculta entre las lápidas. Por suerte, estaba usando mi visión en segundo plano.
Desde que volví de la muerte y empecé a trabajar como detective sobrenatural he adquirido y desarrollado ciertas capacidades, como la visión en segundo plano o la conciencia expandida, que me permiten enfrentarme a enemigos preternaturales. Este tipo de visión me muestra las auras de los seres vivos y los objetos mágicos, y también a la mayoría de seres del otro lado. Resulta muy útil, aunque incómoda, ya que inunda mis ojos de una neblina luminosa, aturdidora, muy parecida a cómo molesta la luz al despertar con una buena resaca.
Había saltado la tapia y avanzado entre las tumbas, dirigiéndome al antiguo mausoleo que había en el lado norte del cementerio, guiándome por esa mirada especial. Muchos de los sepulcros mostraban sombras inquietas, auras, fantasmas vaporosos de recuerdos a medio camino entre la vida y la muerte. Pero cerca de mi destino, oculto entre los cipreses, había un ser vivo.
La nieve cubría suelo y lapidas, así que tuve mucho cuidado para no hacer ningún ruido al acercarme. Bajo ella, el hielo acechaba, resbaladizo. Algún crujido de escarcha alertó a mi presa, que alzó la cabeza y miró a su alrededor mientras yo me paralizaba. En la oscuridad el movimiento resulta más delator que el contorno, que yo disimulaba agazapándome. La figura se puso en pie, aún buscando el origen del ruido. Parecía un hombre alto, delgado, vestido con una sudadera negra con capucha, y cubierto el rostro por una máscara y unas lentes oscuras que sólo dejaban destapada su frente. Pasé a mi visión normal mientras me ponía en pie y me acercaba, la mano derecha lista para empuñar mi Desert Eagle Jericó, la izquierda abierta y levantada en un gesto apaciguador.
-Tranquilo, amigo -dije al ver que se ponía en guardia-, creo que ambos somos de los buenos.
-¿Ah, sí?¿Y eso cómo lo sabes?
-Creo que los dos venimos a vigilar ese mausoleo para pillar al tipo que vendrá a robar algo de él. Si tú fueras el ladrón, ya habrías intentado entrar.
-Vale... buena deducción -dijo, relajándose un poco.
-Soy la caña, sí. Bueno, ¿intercambiamos información?¿Nos presentamos y eso?
Miró a su alrededor y se acercó un paso más. Estaba desconcertado, titubeante. Su aspecto era una especie de mezcla entre el Spiderman con sudadera y el Soldado de Invierno, y llevaba bordado en el pecho, con hilo de un color negro más intenso, un círculo rodeado por signos esotéricos, en cuyo interior se veían las letras “C” y “G”. Abrió los brazos y las piernas en una pose heroica mientras exclamaba:
-Yo soy ¡CARGA!
Lancé un golpe con mi mano plana contra su pecho, no demasiado fuerte. Trastabilleó pero mantuvo el equilibrio y se puso en guardia casi de inmediato. Un tipo rápido.
-¿Qué crees que haces? -dijo.
-Demostrarte que las poses a lo Iron Man funcionan mejor si tienes la armadura de Iron Man. ¿De dónde has sacado ese nombre?
Se encogió de hombros.
-Pues estilo héroe. Como Forja o Cable en los X-Men. No estás puesto, tío.
-Vaaaale. Yo me llamo Jonathan Silencio.
Nos estrechamos las manos.
-Ese nombre -observó- tiene poca pegada. Para este trabajo hay que ponerse un nombre chulo, construir una imagen. Ya sabes, marcar terreno.
Empezó a nevar otra vez, finos copos que formaban una cortina hiriente. Apenas eran las diez de la noche y el tiempo parecía enfriarse, hacerse más lento. Los segundos no pasaban, tiritaban alrededor.
-Llevo un tiempo en esto y creo que es mejor ser discreto. Furtivo. Un tío fácil de olvidar.
-Vale, tío, como lo hagas otras veces -dijo en tono burlón-. Cuéntame y te cuento, ¿no?
Encendí un cigarro y le expliqué mis pasos hasta ese momento. Mi cliente sufrió la pérdida del medallón de San Judas Tadeo cuatro días atrás. Descubrí un fuerte rastro de energía mágica en la vitrina que lo contenía. Teniendo en cuenta que el ladrón no se había llevado nada más, cabía pensar que pretendía un uso muy específico del objeto. Gracias a la Guía de Espíritus Tobin y otros libros de referencia esotérica, acoté las posibles utilidades del medallón. Los ritos y conjuros eran variados, pero todos necesitaban otros ingredientes. Dediqué el día siguiente a recorrer herbolarios, joyerías y bares. Hice preguntas, solté algunos billetes que refrescaron memorias, y me tomé unos cuantos whiskies. Al caer la noche ya sabía qué buscar.
Conté a mi nuevo amigo que, gracias a los testimonios recogidos, había trazado el rastro de un tipo alto, robusto, ataviado con un largo abrigo y un sombrero Fedora que apenas tapaban su piel, tan quemada y plagada de cicatrices que varios dependientes se quedaron sin palabras para describirlo. El churrasco andante había comprado algunas hierbas y minerales muy específicos, por lo que pude determinar qué conjuro pensaba usar. Y qué ingredientes faltaban.
-Polvo de huesos de un hombre santo... -dijo Carga.
Asentí, sin ocultar mi sorpresa. No es algo que se aprenda en Forocoches.
-Yo también he consultado lo de los conjuros... en Google y en la biblioteca. El tío de la piel quemada lleva una semana alojándose en el hotel en que curro. Se llama Mortimer Bonachera, por cierto. Es más feo que un frigorífico por detrás, y hacía preguntas muy raras. Cuando fui a limpiar su habitación vi varias marcas en puertas y ventanas, marcas de contención. También había pintado algunos símbolos en el marco del espejo. Así que decidí investigar un poco. Llegué a las mismas conclusiones que tú y supongo que encontré al mismo hombre santo.
-¿Para qué crees que quiere al hombre santo? -pregunté mientras pisaba la colilla de mi cigarro.
-¿Me vas a hacer un exámen? Vale, venga. Los huesos de un santo, de una persona muy, muy buena, pueden usarse como arma si se ungen con aceites y sangre de pecadores. También pueden mezclarse con ciertas hierbas y minerales para obtener una especie de tinta especial, con la que dibujar un portal de acceso al mundo de los muertos. El medallón le serviría como catalizador.
-Magia del Trazo, se llama. Sí, eso es lo que creo que ocurre aquí.
-Yo también. Así que hay que evitar que se haga con los huesos. Por lo que dices de los herbolarios, ya tiene el resto.
Asentí. Ambos miramos al mausoleo, una estructura de piedra con puerta de recia madera, en cuyo interior descansaban los huesos de cierto abad local, un tipo que en los años de la Guerra Civil y posteriores había ayudado a pobres, necesitados y represaliados, y al que después se atribuyeron varios milagros. Hasta había en marcha una iniciativa para que la iglesia le alzase a los altares.
Empecé a pensar que el tipo no era un friki torpe, o al menos no del todo. Había hecho los deberes y llegado a las mismas conclusiones que yo, y tenía el valor de enfrentar lo que se avecinaba. Casi siempre trabajo solo, pero decidí que si él estaba de acuerdo, colaboraríamos.
-Vale, me apunto -asintió-. ¿Cómo evitamos que pille los huesos?
-Ayer estuve por aquí y preparé un par de cosas. Para empezar...
En ese momento, el sonido de un motor de coche llegó hasta nosotros. Ambos nos callamos y nos agachamos, y yo pasé casi por instinto a mi visión de segundo plano.
-¿Qué... qué cojones te pasa en los ojos? -susurró Carga.
-¿Cómo dices?
-Han... cambiado, joder. Parecen dos bolas de mercurio.
-Es una habilidad que tal vez pueda enseñarte otro día, pero ahora no hay tiempo. Cállate.
Nos agazapamos en silencio, mientras yo pensaba a toda velocidad. Carga, o como se llamase, había visto el cambio en mis ojos. Cuando miro al otro lado, la mayoría de la gente no nota nada. Algunos ven mis iris de color plateado, y los menos perciben el aura que envuelve mis globos oculares, el brillo metálico de la energía utilizada. Si mi nuevo amigo podía hacerlo, significaba que tenía un verdadero potencial para el trabajo.
-Viene alguien -murmuró, dándome un buen codazo en el costado.
Lancé un quedo jadeo.
-¿Qué te pasa? -preguntó.
-Hace unos días me caí de un tejado, y tengo las costillas hechas polvo. Así que no toques.
-¿De un tejado?¿Luchando con un espíritu?¿Exorcizando una casa?
Sonreí de medio lado.
-Una vecina atractiva me pidió que reajustase su antena. Resbalé en las tejas y me pegué una leche de las buenas -me encogí de hombros-. Mereció la pena. Y ahora cállate.
El tipo era alto, fornido, aunque su largo abrigo y su sombrero desdibujaban la silueta un tanto. Para mi visión especial, su aura era una bola de fuego, una marca de lava viva que había adoptado la caprichosa forma de un hombre. Rojo vivo silueteando el rojo blanco, más ardiente aún, de sus ojos.
Caminaba despacio, como caminan los desastres naturales, con la falta de apresuramiento de quien confía en su fuerza. Bajo el abrigo abierto llevaba un bolso de cuero, la correa cruzada sobre el pecho, del que surgía el aura metálica de la magia. Sonreí de medio lado, seguro de que el medallón estaba en ese bolso. Sonreí más flojo cuando Carga me hizo notar que la nieve se derretía bajo las pisadas de nuestro enemigo. Bueno, nadie dijo que éste fuese un trabajo fácil.
-¿Cuál es el plan? -susurró Carga mientras Bonachera se acercaba.
-Tú te quedas quieto y yo salgo y le reviento la boca.
-Muy fino -masculló.
Bonachera llegó a unos cuatro metros de la entrada del mausoleo. Se detuvo, enfrentado a una barrera invisible. Una de las cosas que yo había preparado en mi anterior visita era un círculo, pintado en el suelo y ahora cubierto por la nieve, que impediría la entrada del ladrón, fuese o no humano. Así que quité el seguro a Jericó y, con ella en la derecha, abandoné mi escondite, colocándome a la espalda del churrasco con patas.
-No...puedes... pasar -dije. Habría quedado más chulo con un báculo en la mano, pero no pillé ferreterías abiertas por el camino.
Se giró despacio, sabiéndose encerrado entre el círculo y mi arma.
-Otra vez tú -murmuró.
-Claro. Soy épico.
Aunque yo no conocía a Bonachera por el nombre, nos habíamos encontrado antes. Él intentaba abrir un portal al otro lado con la ayuda de un espíritu al que yo quería exorcizar. Gané yo, claro, y el tipo resultó ser de los rencorosos. Juró matarme o algo de eso.
-Vale, socarrat -le dije para enfadarle aún más-, te cuento cómo va esto. Tú sueltas el bolso, te retiras despacio hasta tu coche y desapareces de plano, y yo dejo dentro de la pipa este montón de balas con tu nombre.
Apretó los puños, rabioso, lo que produjo un extraño efecto, desgarrando parte de la piel de sus manos. Un liquidillo a medio camino entre el pus y la sangre surgió de las nuevas heridas, pero él no pareció afectado. Apunté a su pecho con mi arma.
-No quiero tener que dispararte.
-¿En serio?
Me encogí de hombros.
-Vale. Me la trae al pairo pegarte un tiro. Suelta el bolso y...
Carga se había cansado de los preliminares. Apareció por el costado, una mancha borrosa y oscura plantando una patada voladora en la cara de nuestro ladrón. Bonachera giró el cuello mientras mi nuevo socio aterrizaba con elegancia, sacaba un cuchillo de la caña de su bota y atacaba. Me resultaba imposible disparar mientras estaban enzarzados, así que no me quedó más remedio que convertirme en espectador. Intercambiaron unos cuantos golpes, y estaba a punto de apostar mis bolsillos por mi nuevo socio, cuando Bonachera chocó contra la barrera del círculo mágico. Gritó como si hubiera recibido una descarga eléctrica, y su reacción, pura fuerza bruta, pura rabia, superó las defensas de Carga. Un fuerte cabezazo y mi compañero, aturdido, perdió el cuchillo. Dos terribles manotazos en el rostro le desequilibraron por completo, y yo me apresuré a poner en marcha el temporizador de mi móvil mientras el churrasco agarraba por el cuello a Carga, alzándolo del suelo.
Disparé al aire.
-¡Para! -rugí- ¡Para y te dejaré pasar!
Se quedó quieto, aún sujetando a Carga. Diré que el chaval se portó como un tío entero, sin una queja, aguantando el tipo. Me caía cada vez mejor. Lástima que estuviese a un apretón de mano de la muerte.
-¿Me das tu palabra? -preguntó la criatura.
-Suelta a mi socio -propuse- y él romperá el círculo. Después, los dos nos quedaremos aquí. Te doy mi palabra de que ninguno irá a por ti hasta que el sol salga.
Se lo pensó durante un instante. Demasiado largo para mi gusto, si tenía en cuenta la marcha de mi temporizador. Finalmente soltó a Carga y respondió.
-Te ata una promesa, Silencio. Ambos estáis vinculados a ella.
-Lo estamos -confirmé-. Carga, rasca la pintura del suelo con tu cuchillo y luego ven aquí.
El chaval obedeció, apartando la nieve hasta llegar al círculo que yo había pintado y rompiéndolo con la hoja del cuchillo. Después se levantó y se acercó a mí, sin perder la cara de nuestro enemigo y sin bajar el cuchillo. No le faltaba valor. Bonachera sonrió, o al menos arrugó un poco el pellejo reseco de su rostro, y saludó llevándose dos dedos al ala del sombrero antes de entrar en el mausoleo.
-Supongo que tienes el medallón -dije.
-¿El medallón? Estaba partiéndome la cara con el malo, no sé si te has fijado.
Encendí un cigarrillo y miré la pantalla de mi móvil.
-Vaya -me quejé-, pensaba que estabas haciendo un Iron Man, aprovechando la pelea para quitarle el medallón del bolso. Habría sido chulo. Agáchate.
-¿Que me aga...?
La deflagración rompió la falsa calma de la noche y una columna horizontal de fuego salió por la puerta del mausoleo, arrojando una ola de aire caliente contra nuestros rostros.
-¿Qué cojones ha sido eso?
-Ya te dije que había preparado un par de cosas. La primera, el círculo. La segunda, una bomba que he detonado desde mi móvil y que habrá destruido los huesos y a nuestro amigo.
-¿De dónde has sacado una bomba?
-Todos los ingredientes pueden pillarse en un supermercado. Ya te pasaré la receta.
Entramos juntos en el mausoleo. Las paredes ennegrecidas y los restos de ataúdes, aún llameantes, daban fe de la eficacia de mi bomba. Los huesos del hombre santo habían quedado hechos polvo. No vimos por ninguna parte el cuerpo de Bonachera, si exceptuamos el par de dedos que Carga encontró pegados a la correa del bolso de cuero, ahora cuarteado y ennegrecido, yacente en un rincón como el recuerdo de un mal sueño. Por suerte para mí, el medallón de San Judas que mi cliente me encargó recuperar estaba todavía dentro, protegido por su estuche y enterito.
-¿Dónde está el malo? -preguntó Carga.
-No tengo ni idea. La deflagración no ha sido tan poderosa como para desintegrarlo, eso seguro.
-A lo mejor hay alguna cripta, algún subterráneo por el que pueda haber huído.
-En buena hora -opiné.
Guardé el estuche en mi bolsillo y encendí otro cigarro con la colilla del anterior. Salimos a cielo abierto.
-Te has portado muy bien, Carga. Mañana llevaré el medallón a mi cliente y te daré la mit... un tercio de la paga.
Compartimos un trago de mi petaca mientras salíamos del cementerio paseando.
-¿Y qué pasa con el quemado?
-No tengo ni idea. Tal vez vuelva a encontrarme con él. O tú, si es que piensas seguir en este trabajo.
Asintió despacio. Se pasó la mano por el cuello antes de contestar.
-Pienso seguir -dijo con voz segura-, aunque tengo que decidir si lo hago a lo superhéroe o como tú, a lo discreto. Tengo que elegir mi camino.
Llegamos a la puerta del cementerio. Saqué de mi bolsillo mi copia de la Guía de Espíritus Tobin, mi libro de cabecera para enfrentarme a los seres del otro lado, y anoté mi número de teléfono en la primera página.
-No estarás solo -dije mientras se lo entregaba.
-Vaya... gracias. ¿Y ahora, qué?
-Ahora... ahora habrá que buscar un bar abierto, porque el caso ya está cerrado.
A mí me ha encantado, llevaba rato buscando relstos tuyos, y lo he cogido con muchas ganas. Siempre Silencio tan perspicaz y valiente. Enhorabuena, besos
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Lola. Estoy algo inactivo por el blog y os pido disculpas, es que estoy trabajando en otras cosas :)
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