A todos
los que contamos historias, creo, nos encanta esto de interactuar contigo,
paciente lector, de que nos hables y nos comentes qué opinas de lo que
escribimos. Al menos, yo soy de esos.
Y claro,
disfruto mucho cuando el comentario es favorable, generoso, o puntúa alto en el
ranking de turno, cosa que siempre ayudará a que otros lectores se acerquen a
mis relatos. No vamos a negarlo a estas alturas, soy un egocéntrico.
Pero creo
que, cuando recibo comentarios “negativos”, debo encajarlos y aprender de
ellos. Entrecomillo “negativos” porque no es una palabra que me guste. Parece
referirse a un ataque o insulto, y ni mucho menos lo es. Es una opinión tan
legítima y sincera como el resto, y que puede enseñarme qué estoy haciendo mal,
o peor de lo que quisiera.
Por eso
pongo en esta entrada la imagen de dos comentarios, recibidos en las novelas
que tengo publicadas en Amazon. No son comentarios cinco estrellas –ah, los
rankings, el ego… -pero los considero tan honestos y útiles como el resto, y
quiero agradecerlos.
Son muchas
veces, en esto de escribir o en cualquier otra actividad, las críticas las que
nos enseñan y motivan a mejorar, a no estancarnos, a revisar una y otra vez el
trabajo y buscar no la perfección, no soy tan ególatra como para creerme capaz
de ello, pero sí el hacerlo un poco mejor mañana. Y un poco mejor pasado. Sobre
todo cuando uno está vendiendo sus libros y, seamos serios, el paciente lector
se ha gastado no sólo su tiempo sino algo de su dinero para leernos. Así que
quería dedicar la entrada de hoy a agradeceros, a todos y cada uno, vuestros
comentarios, tengan las estrellas que tengan. Cada vez que escribís vuestra
opinión, que habláis conmigo por las redes, que le decís al amigo con quien
tomáis un café “Pues estoy leyendo esto y mira, opino que…” o que compartís lo
que cuento por cualquier medio, me estáis ayudando y empujando hacia delante.
Gracias por todo, por cada crítica y opinión, de verdad.
Ah, por
cierto, en la imagen veréis que uno de los comentarios está escrito “raro”. No
es culpa de quien lo escribió, que lo hizo perfectamente, sino de los malditos traductores automáticos de
internet. Gracias, paciente lector. Nos vemos en la Ciudad.
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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.