CAPÍTULO V
El monstruo llegó hasta la esquina. Me mantuve quieto y en
silencio. Atacó a los vagabundos mientras yo escapaba. Llegué al hotel, me armé
y conseguí cazar a la bestia. Los vagabundos murieron destrozados, aunque a
nadie le importó.
No pasó nada de eso.
El monstruo llegó hasta la esquina. Cuando escuché su bronca
respiración junto al contenedor, aferré con fuerza la tubería en una mano y una
bolsa de basura en la otra, me puse en pie abriendo la tapa con el impulso de
mi cuerpo y golpeé a la cosa con la bolsa, tratando de distraerla el tiempo
suficiente como para salir del contenedor.
Sus reflejos, mucho mejores que los de un humano o un lobo,
le permitieron esquivar mi absurdo ataque y golpearme con un revés de su mano
derecha, con la fuerza suficiente como para sacarme del contenedor y arrojarme
en medio de la calle.
Bueno, al menos no se había preocupado de los dos sintecho.
La cosa estaba encima de mi antes de que tuviese tiempo de
levantarme, y lancé una patada a ciegas, estirando la pierna y tratando de
girar el cuerpo al golpear. Alcancé su hocico, lo que sirvió para cabrearla un
poco más, y me puse en pie. Lanzó un manotazo, apenas un bofetón, que me pilló
de lleno en la cabeza y me hizo volar contra la pared más cercana, aturdido y
mareado.
No tenía fuerzas ni oportunidad de escapar corriendo, la
pequeña navaja seguía en mi bota y la tubería de PVC era lo más parecido a un
arma que tenia a mano. La situación empezó a preocuparme seriamente.
Sacudí la cabeza para despejarme, y me quedé mirando a la
mujer lobo. Estaba frente a mí, agazapada, casi juguetona. Sabía que su presa
estaba acorralada, y era sólo cuestión de rematar la faena.
Pensé a toda leche, pero no veía ninguna salida. Me ardía la
cabeza, y notaba el sabor a sangre en mi garganta. El peso de la medalla en mi
pecho habría rendido al mismo Frodo, y me dolían las costillas por el golpe en
el tejado. Posiblemente, tuviese alguna rota. Bueno, menos tendría que masticar
la cosa. Visto lo visto, no quedaba mucha más opción que morir con cierto
estilo. No queda sino batirse, y todo eso.
Me lancé de frente a por la licántropo.
Se limitó a abrir sus largos brazos, cerrándolos sobre mí
cuando estaba a punto de embestirla, y apretó con fuerza. Al menos, pensé al
oír el crujido, ahora podía estar seguro sobre lo de mis costillas rotas.
Abrió una boca grande como un túnel de metro, llevándome
hacia ella. Yo apenas podía respirar, y el dolor que comprimía mis pulmones y
atenazaba mis huesos era demasiado como para aguantar sin desvanecerme. Mejor desmayarse
antes de que esos dientes se cerrasen sobre mí.
Aún tenía la tubería en la mano, así que hice lo único que
podía hacer. Alcé los brazos sobre mi cabeza, sujetando la tubería con el lado
roto hacia abajo, y los bajé con todas mis fuerzas, clavando mi ridícula lanza
en la boca de la cosa.
Apretó con más fuerza al sentir el súbito dolor en su
garganta, aunque por puro acto reflejo mantuvo la boca abierta. Eso fue una
suerte, porque mis manos estaban entre sus colmillos.
Sin soltarme, la licántropo retrocedió un par de pasos,
sacudiendo la cabeza y tosiendo desde el fondo de la garganta. Supuse que el
dolor era intenso, aunque no lo suficiente, ni de lejos, como para detenerla.
En cuanto lograse escupir, yo estaría muerto.
Mi siguiente paso fue simple inspiración, uno de esas ideas
irracionales que vienen a la cabeza por puro instinto, y que resultan bien en
contadas ocasiones.
Me mordí con fuerza los labios, tratando de alejarme del
entumecimiento que la presión sobre mis costillas y la falta de aire estaban
provocándome, y me arranqué la medalla de plata con una mano, mientras con la
otra trataba de mantener la tubería clavada en la boca de la bestia.
Introduje la medalla por la tubería, dejando que se
deslizase hacia abajo, un segundo antes de que la licántropo cerrase la boca
con fuerza, destrozando el extremo de la tubería y casi amputando mis dedos,
que retiré justo a tiempo.
La medalla llegó a su garganta, provocando una dolorosa
quemazón en su boca. Me soltó y se llevó las garras al cuello, mientras yo caía
sobre su cabeza. Más por rabia que por haberlo pensado, me agarré al hocico
cerrado, abrazándome con las pocas fuerzas que me quedaban para tratar de que
no escupiese la medalla, mientras la bestia se arañaba con desesperación,
intentando librarse de aquél dolor insoportable, del ahogo ardiente que la
plata provocaba en su carne.
Los siguientes minutos fueron una agonía silenciosa, en la
que la mujer lobo trató de escupir la medalla atrancada en su garganta, y yo de
impedir que abriese la boca. Cambiamos golpes y arañazos, cada vez más débiles
por parte de ambos, mientras su gruñido ahogado se transformaba en una suerte
de sollozo contenido. Cayó de rodillas, arrastrándome con ella, luchando ambos
por sujetar al otro, por imponernos en la lucha, con la debilidad ridícula de
dos gallos de pelea malheridos. En los últimos instantes, la mujer lobo cayó
sobre su espalda, y yo quedé encima de su pecho, mis dos manos aferradas al
hocico por cuyas comisuras burbujeaba la sangre que trataba de vomitar. Mis
ojos quedaron fijos en los suyos, y durante aquellos largos segundos de agonía
en que sangramos juntos, mi nariz pegada a su hocico, pude ver lo que pasaba
por su mente, cada vez más lejana a la bestia y más cercana a la mujer, a
medida que la muerte definitiva tomaba posesión de ella.
Mientras moría, un sonido de campanas tristes, ancianas, fúnebres, llenaba mis oídos, proveniente tal vez de los latidos de mi propio corazón, tal vez de alguna iglesia lejana, o tal vez de algún punto más allá del velo.
Al final ella no era más, ni menos, que una mujer frustrada,
traicionada una y mil veces por aquella a quien amó, llevada por los celos y la
rabia como podría haberlo sido cualquier otra persona. No era más, ni menos, que
una mujer engañada, que había luchado con las armas a su alcance. El problema
era que sus armas consistían en garras de diez centímetros y colmillos
afilados.
Murió escupiendo sangre, ahogada por el veneno y la
quemadura de la plata, con la garganta hinchada como por una reacción alérgica,
abrasándose desde dentro. Murió arañando sin fuerza ni objetivo el suelo a su
alrededor, mi espalda desnuda y su propia carne, tratando de desgarrar su
garganta para sacarse aquél fuego de dentro.
Murió mirándome a los ojos.
En el segundo anterior a su último suspiro, aquellos ojos
perdieron su color dorado, salvaje, y se transformaron en ojos humanos,
brillantes por las lágrimas y el dolor, los ojos de una mujer. Seguí sujetando
su hocico con fuerza, ignorando a la persona que había bajo la bestia.
Después, el cuerpo cambió de nuevo. Su hocico escapó de mi
presa, encogiéndose, convirtiéndose de nuevo en la boca hermosa y firme de una
mujer. Mientras yo me apartaba, rodando a un lado, la licántropo perdió su
forma casi animal y se convirtió de nuevo en un ser humano.
Todo mi cuerpo temblaba mientras arrastraba su cuerpo hasta
la entrada del callejón, alejándome de la luz. No llegaba ningún sonido desde
el fondo de la calleja, ni se veía ya la brasa de los cigarros. Recé porque los
vagabundos estuviesen dormidos, aunque era difícil que me viesen, atrincherado
tras el contenedor.
Mi siguiente paso fue el más desagradable. No podía dejar la
medalla de mi cliente en el cadáver de la mujer, dado el riesgo de que la
policía lo encontrase y, tal vez, vinculase el asesinato con María. Ninguna
prueba forense demostraría que el cuerpo era el de un licántropo, y tampoco
había ningún testimonio capaz de convencer a las autoridades. Para ellos,
quedaría como un asesinato sin pruebas. Si es que yo las borraba adecuadamente.
En completo silencio, boqueando para respirar y tratando de
no desmayarme de puro agotamiento, saqué la navaja de mi bota y rajé la
garganta de la mujer con un corte longitudinal. Después, venciendo cualquier
reparo que pudiera quedarme, introduje mi mano hasta dar con la medalla. La
carne alrededor estaba hinchada y quemada, como si hubiera tragado carbones
encendidos. Tuve que hacerme sitio con la navaja.
Mientras trabajaba, un dúo de ronquidos llegó desde el fondo
del callejón. Bien. Los vagabundos dormían el sueño de los justos, o de los
indefensos.
Tras recuperar la medalla me acerqué hasta ellos, dos bultos
informes cubiertos por mantas viejas y sucias, tiesas como placas de pladur. El
picante olor de la marihuana y las botellas de vino barato vacías junto a ellos
explicaban su inconsciencia. Al menos ellos podían dormir sin sueños de sangre
y lobos.
Cogí la gastada mochila que había junto a ellos y volví al
contenedor de basura. En la mochila encontré lo que necesitaba; una camisa,
vieja y sólo aproximadamente limpia, que me puse para tapar mis heridas y la
sangre, mía y de la mujer, que me cubría. Había también un paquete de tabaco,
gastado a medias, y varios mecheros.
Abrí el contenedor, sacando algunas bolsas de basura de su
interior, y levanté el cadáver pese al grito furioso de mis costillas
castigadas, depositándolo en el interior. Después, prendí fuego con el mechero
a las bolsas que había sacado, dejándolas alrededor y encima del cuerpo. Supuse
que el fuego y el olor dulzón de la carne humana quemándose alertarían a los
vagabundos, pero no me importaba demasiado.
Después de todo, ni mis huellas ni mi ADN están en ningún
fichero, es algo referente a la resurrección y la renovación que esto provoca.
Algo técnico. Y dificultar la identificación del cuerpo a la policía me daría
tiempo para llegar antes que ellos a la chica del bar.
Mientras el fuego crecía, llenando la noche de humo negro y
maloliente, me alejé del callejón, deteniéndome sólo para encender uno de los
cigarrillos robado a los indigentes.
Magistral...como me gusta.
ResponderEliminarSi algo distingue tus textos, Josè, es la lírica que esconden las imágenes. La escena de la muerte con el sonido de campanas de fondo como única alteración del silencio, es increíble.
ResponderEliminarEl párrafo final podría encajar en el cierre de un gran cómic. El héroe buscando saldar cuentas,con la triste amargura de haber matado algo salvajemente bello. Excelente, Bartolomé.
Desde luego que te has superado. Mira que llevo ya unos cuantos años leyéndote y cada día lo haces mejor. La dureza del personaje esconde un hombre profundo. No es la primera vez que te hablo de lo profundos que son tus personas, ¿verdad?... Ah, cómo echo de menos al Hombre más fuerte del mundo, aunque Silencio tiene mucho de él, quizá no esté tan desesperanzado. Pero aún así, es un hombre solo, Silencio, parece debatirse entre dos mundos. Desde luego estás creando un personaje magnífico. Ah, y la última frase, sencillamente perfecta. :) Un abrazo.
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarMuchas gracias, chicas. El único problema es que, como siga metiéndose en estos líos, no sé yo si durará mucho ;)
ResponderEliminarComo acabes con Silencio, tendremos más que palabras, querido mío. Aún le guardo rencor a George R.R. Martín por lo de Ned Stark, :)
ResponderEliminarJajajajaja. No quisiera yo cabrearte, Mayte. Tendríamos que tomar pronto esa copa para comentar las posibilidades. Bueno, y por tomar una copa.
EliminarVaya, aún acierto... aunque es sólo a veces, y leyendo: lo demás... Corramos un tupido velo.
ResponderEliminarProsiguamos, amigüito.
Habrá que proseguir, sí. Es cada vez más divertido para mi, no te lo niego. Aunque hay mucho que encajar, mucha fórmula a la que dar vueltas, ya sabes ;)
EliminarExcelente la mezcla entre la escena de lucha y los motivos que mueven a la loba a atacar, licantropía con aromas de pasión. Una acertada resolución de la situación y una promesa de nuevas emociones.
ResponderEliminarMe ha parecido muy bueno y, además, te iba a decir que eso era inverosímil, en cuanto a la fuerza y las costillas y todo eso... de Silencio. Pero dado que el propio Silencio dice que no es humano está claro todo.
ResponderEliminarPorque lo bueno de la fantasía es que dentro de la inexistencia de la misma, así como de la ciencia-ficción, siempre hay que dar la impresión de verosimilitud al público para que pueda creer cualquier cosa y eso lo has conseguido. Me ha gustado mucho y quiero ver a la zorra muerta y bien muerta.
Saludos!!!
Muchas gracias, Ricardo, me alegra ir convenciéndote :) Iré esperándote en las siguientes puertas. :)
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