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Intramuros
El final de la guerra. El principio
de la paz, el inicio del entendimiento, la reconstrucción; la génesis del
rencor, la muerte del odio, el umbral de la igualdad o el enquistamiento de la
diferencia.
Quizá estemos ya de acuerdo en que
el final de la guerra significará una o varias de estas cosas dependiendo de en
qué grupo estemos situados. Claro que quizá no estemos de acuerdo, porque si
no, la guerra ya sería algo olvidado, un concepto del que oímos hablar en las
clases de Historia. Es tan humano darse cuenta de que los Paraísos sólo son
mencionados en las clases de teología, que ninguna Historia puede describirlos…
Para quienes no se sienten
incluidos en ningún grupo humano, las guerras son a menudo circunstancias
apetecibles. Un desafío para los que se consideran supervivientes, y hasta una
oportunidad de negocio para los más aptos.
El ser que avanza a cuatro patas
por el oscuro pasillo, guiándose gracias a su olfato y al conocimiento del
entorno, es uno de ellos. Su nombre ha sido olvidado hace mucho tiempo, excepto
quizá en los archivos de los Verdugos y otras fuerzas del orden. Su cuerpo
robusto, flexible y cetrino presenta una musculatura propia de un coloso,
recubierta por una engañosa patina de grasa, y su rostro barbudo apenas deja
entrever unos labios gruesos y unos ojillos penetrantes, negros hasta ser casi
azules, en ese tono que llamaríamos de ala de cuervo. Pero ningún cuervo que se
precie querría tener nada en común con Muérdago, preferiría arrancarse sus
propias alas a picotazos.
Hace ya siglos que Muérdago debería
haber muerto, ajusticiado por las autoridades. Sus delitos en la Ciudad y en el
mundo Durmiente van más allá de lo que vampirismo, sadismo, abuso o tortura
pueden definir, y no seré yo quien invoque las imágenes de sus monstruosidades
en la mente de personas honradas, pues la simple intuición de lo que es capaz
de hacer, y de lo que hizo en el pasado, puede llevar a un Durmiente al
Despertar de la forma más violenta y monstruosa.
Baste una mirada superficial a su
mente, vieja y poderosa mente que recuerda ahora las catacumbas de Roma, donde
pasó horas y días en una oscuridad semejante a la que ahora recorre,
persiguiendo a los seguidores del Poder que quiso revelar la verdad a los
Durmientes. Qué torturas tan exquisitas enseñó entonces a quienes le seguían en
nombre del orden, el Senado y el Pueblo. Qué placer ver cómo sus acólitos
usaban tenazas al rojo blanco para arrancar trozos de carne a los presos vivos,
provocando heridas que dolían horriblemente pero que no mataban, cauterizadas
por la propia herramienta, y qué gusto ver cómo los perros devoraban esa carne
delante de los hombres a quienes se la habían arrancado unos segundos antes.
Muérdago había perdido cualquier
derecho a visitar el mundo de los Durmientes después de eso. Su nombre de
invocación fue borrado de todo grimorio, de todo rito, excepto tal vez de
aquellos tan oscuros que ni las propias fuerzas de la Ciudad habían logrado
encontrar. Su recuerdo fue desapareciendo y todos le dieron por muerto. Todos excepto
uno de los Poderes que, en cierta ocasión, requirió sus servicios cuando era un
fugitivo en la Ciudad.
Se detuvo frente a la Puerta
Fuerte, el último obstáculo para penetrar en la zona más profunda de los
archivos. La había cruzado mil veces, pues ahora trabajaba como archivero bajo
su nuevo nombre, pero siempre lo hizo de forma legal y con las contraseñas
adecuadas. Sin embargo, su presencia aquella noche era ilícita, y sólo su
talento le permitiría pasar. O desintegrarse en el intento.
Extendió sus brazos a los lados,
casi pegándose a la Puerta Fuerte, y dejó de respirar, vaciando su mente de los
recuerdos y las percepciones. Su foco de atención se concentró como un haz de
luz solar que cruza la lente de una lupa. Sintió la energía de la Puerta, la
configuración de esa energía, encontrando poco a poco lo que buscaba.
El aspecto de la puerta, si nos
fuese dado contemplarla, era el de un vacío de luz pulsátil, un vano que
parecía esperar a que el carpintero colocase la puerta en él, y del que de vez
en cuando emanaba un solo pulso de luz, un resplandor azulado o verdoso, tan
sutil que podía iluminar un mundo sin que se notase su procedencia.
La puerta es en realidad un solo átomo,
con un núcleo tan pesado que ningún siglo venidero le dará nombre en el mundo
Durmiente, pues allí se destruiría a sí mismo si es que pudiera llegar a
conformarse en algún momento. Los electrones cambian de nivel energético con
tal frecuencia y velocidad que las pulsaciones de luz, pura energía, emanadas,
se convierten en una barrera de abrasadora potencia. La gravedad hace que los
protones del núcleo permanezcan juntos, pero la repulsión eléctrica que
experimentan entre ellos por tener igual carga les impulsa a disgregarse, a
separarse y reconfigurarse de nuevo. El equilibrio entre energía liberada y
energía absorbida durante el proceso es simplemente perfecto, suficiente para
mantener la barrera intacta, impermeable e infranqueable. Si ese equilibrio se
rompe, cualquier cosa a su alrededor se desintegrará de inmediato.
Muérdago lee la secuencia,
encuentra el camino entre los abismos inmensos que separan los electrones, y
reconfigura su propia esencia para cruzar esos espacios de negrura energética. Es
como cruzar a plena carrera bajo un granizo intenso, sin que ninguna piedra de
hielo llegue a tocar su carne. Cuando está demasiado cerca de una partícula reajusta
su propia carga, tomando prestada parte de la energía para lograrlo, y es
repelido por la partícula que iba a colisionar contra él, avanzando así hasta
el siguiente nivel. Toma y presta la energía, avanzando hasta más allá del núcleo,
dejándolo siempre a distancias de billonésima de micra. Lo suficiente.
Al final, cabalgando en una
pulsación gamma, Muérdago cruza la Puerta Fuerte y entra en la última e inmensa
planta de los archivos.
Agotado pero orgulloso, el patizambo
torturador busca durante horas hasta que encuentra el rollo de cristal líquido
que le han encargado robar. Gira la tapa en el sentido de las agujas del reloj
y la imagen anterior, una brillante nube de partículas negras y blancas, se
convierte en legible, mostrando un viejo título de propiedad sobre algunos
establecimientos hosteleros en el distrito de Justicia. Muérdago se limita a seguir
las órdenes del Maestro que le ha contratado, el mismo que le dio personalidad
nueva y un refugio cuando sólo era un proscrito, pero tampoco le importa. Cuando
complete la misión, el pago será una larga estancia en la tierra de los
Durmientes, y eso es lo único que ocupa su mente, sus fantasías y sus deseos. Las
manos le tiemblan al pensar en niños sanos, de mente limpia, sin moldear. Niños
a los que transformar en las oscuras y espinosas sombras que esperan en el
fondo de toda alma para despertar con la fuerza única del dolor.
Muérdago lo sabe bien. No hay
monstruos absolutos, pero pueden llegar a crearse. Sonríe mientras emprende el
camino de regreso.
Tal y como había sido acordado,
Muérdago se encuentra con el Poder en una taberna cercana a la Universalía
local. El Maestro y sus dos acompañantes están disfrazados, por supuesto, pero
Muérdago ha visto antes los disfraces y se dirige tranquilamente a la mesa, sirviéndose una generosa dosis de
la jarra de cerveza que los tres hombres compartían antes de su llegada.
-Ya está –informa tras un buen
trago.
Saca de entre los harapos que le
cubren un estuche de cuero, retira levemente la tapa y deja entrever el
cilindro de cristal.
-Buen trabajo –dice el Poder, casi
sorprendido.
-Pensabas que no lo
conseguiría, ¿eh? –Muérdago sonríe, cada
vez más satisfecho de sí mismo y más ansioso de visitar a los durmientes con su
carga de pesadillas.
-Sí. Por eso no te encargué el
verdadero trabajo hasta comprobar que eras capaz de lograrlo.
La jarra se detiene a medio trago y
el puño hirsuto aprieta el asa hasta que los nudillos se ponen blancos. Uno de
los acompañantes del Maestro, temiendo un ataque, desenvaina raudo su daga y
clava levemente la punta en el estómago hinchado del ladrón, bajo la mesa.
-No cometas ningún error –advierte.
Muérdago se calma, sigue bebiendo y
apura la jarra, agitándola luego en el aire. Todos guardan silencio hasta que
la camarera trae otra llena y retira la vacía.
-¿Qué se supone que he de hacer?
El Poder saca de su faltriquera un
cilindro de cristal líquido, muy parecido al que Muérdago le ha traído.
-Sólo tienes que volver, dejar lo
que cogiste en su sitio y éste junto a él. Tiene una alarma mágica mucho más
sutil y poderosa de lo que tú puedas llegar a manejar, así que sabré si la has
leído.
-Y no te interesa que la lea…
-Tu vida no valdrá nada si la lees.
-Oh, vamos, me debes al menos eso –se
queja, aún sabiendo que es inútil-, yo te ayudé cuando…
-Silencio –la voz del Maestro golpea
con magia de Voluntad, y la garganta de Muérdago se cierra. Asiente con la
cabeza, tratando de que el miedo no sea demasiado evidente.
Transcurridos unos segundos, el
Maestro le permite hablar.
-¿Tienes claro lo que has de hacer?
-Regreso, dejo los archivos donde
estaban, y olvido que esto ha ocurrido. Y me voy de vacaciones a la tierra de
los Durmientes.
-Eso es exactamente lo que harás. Y
tranquilo, estás colaborando en la construcción de un mundo mejor.
Todos sonríen en torno a la mesa. Pero
Muérdago se da cuenta de que no hay nadie feliz allí.
EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO, NOS RELAJAMOS TOMANDO ALGO. VEN.
EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO, NOS RELAJAMOS TOMANDO ALGO. VEN.
Sólo darte las gracias por el atento comentario y... recordarte que yo no he mencionado a Espejo, sólo he dicho "el Maestro", y él no es el único ;)
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