viernes, 31 de octubre de 2014

EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. SIETE.






7
Extramuros
Hay formas de pensamiento que llevan a los hombres a matar, o a morir, en su nombre. Muchos las llaman “ideales” cuando deberían llamarlas “estupidez”. 
Hay hombres que no conciben otra forma de vida que la defensa de la estupidez. 
Todas las guerras se alimentan del alma de hombres así. 

viernes, 24 de octubre de 2014

EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. SEIS.










6
Intramuros

Ya no quedaba tiempo, y el Maestro de los Espejos ordenó la retirada cuando las saetas de fuego empezaron a rasgar el cielo. La orden fue repetida a lo largo de todo el perímetro, y se quedó solo sobre la empalizada. El azul helado de sus ojos era más brillante que nunca, una lucerna solitaria que parecía retar a las luces que volaban para destruir su mundo.
Los hombres retrocedieron hasta el punto acordado, una cadena de trincheras que horadaba las calles entre las desordenadas casas, mientras los magos avanzaban hasta las posiciones preestablecidas.
El Maestro siguió con su plan, dispuesto a ganar algo de tiempo. No mucho, porque los primeros incendios empezarían a arder en cuanto los gigantes afinasen su puntería.
Abrió los brazos, y el aire a su alrededor reverberó, temblando como lo hace sobre un espejismo o una hoguera. A lo largo de kilómetros de empalizada, hasta el último punto del perímetro, su figura se reprodujo, mostrando decenas de copias exactas en todo que repitieron y proyectaron sus palabras.
-¡Habéis venido a conquistar nuestra tierra! –gritó, mirando a sus enemigos– Y, ¿qué tierra habéis hecho vuestra hoy? Apenas la suficiente para enterrar a vuestros muertos. Ese es el único territorio al que podéis aspirar. Venid, uníos a nosotros, y tendréis tierra, pan y libertad. Atacad, y veréis cómo mueren los valientes.
Una flecha acertó en un tramo embreado de la empalizada, y el incendio empezó a devorar las partes de madera y ennegrecer la piedra. Más flechas consiguieron su objetivo, y el Maestro miró a un lado y a otro, con curiosidad, como si no le preocupase demasiado. Resultaba extraño, pues cada una de sus copias se movía de forma independiente y sólo eran iguales cuando hablaban.
-¿Queréis incendiar nuestra casa? –dijo con voz fría–. Os prometo que apagaré las llamas con la sangre de vuestros muertos. Mañana seguiremos en pie. Venid a buscarnos.
Y con estas palabras, el Maestro salta hacia atrás, desapareciendo de la vista del enemigo y dejando tras de sí dos sólidas estelas de luz azul.

Mientras el Maestro desaparece entre las casas, el fuego crece en varios puntos de la empalizada. La infantería invasora aguarda, impaciente, la señal de sus jefes, pendientes a su vez del dirigible. Pero antes todos esperan la actuación de los magos.
El vampiro Kostya es uno de los más ansiosos.
Está tumbado a pocos metros de la empalizada, sobre los cadáveres aún calientes de sus compañeros de armas. Es uno de los muchos soldados que han fingido morir en la batalla previa, que aguardan tendidos en el suelo el siguiente paso. Y uno de los pocos voluntarios de entre ese ejército de esclavos.
Kostya tenía diecinueve años el día que murió, el día en que despertó. Primogénito de un noble terrateniente de la Rusia zarista, disfrutó de todos los placeres que su posición y su fortuna le ofrecían. Estaba acostumbrado a ser servido, a que se cumpliese cada uno de sus caprichos, incluso los más sádicos y retorcidos. Ya era así en su infancia, cuando sus padres le encontraron torturando a los cachorros de perro que aún eran demasiado jóvenes y débiles para ofrecer resistencia, o a los animalillos que podía cazar en el bosque cercano a la finca. Fue así después, cuando su padre le enseño que la vida de los siervos era suya, y que resultaba mucho más satisfactorio flagelarles o amputarles lengua y orejas que castigar a simples animales. Entre las risas de sus mayores, Kostya adquirió habilidad como torturador y aprendió a disfrutar con ello. La primera vez que probó la sangre humana tenía diez años. Su padre había violado a un joven campesino en el sótano de la casa, un niño de la misma edad de Kostya, y después permitió que el muchacho le golpease para culminar la diversión.
Kostya fue presa de una rabia desconocida, enfebrecido por el placer de la tortura y también por un extraño sentimiento de celos, al ver que el campesino podía darle a su padre satisfacciones que quedaban fuera de su alcance. Golpeó al niño hasta matarle, escuchando la extraña música que conformaban los gritos del joven mezclados con la risa del padre. Después, mezclaron sangre y vino y bebieron hasta desmayarse.

Cuando la Revolución sacudió el mundo que conocía, cuando la familia del zar murió a manos de su pueblo, los campesinos atacaron la casa, mataron a la familia de Kostya e incendiaron todo a su paso. Aquella noche el joven descubrió su verdadera naturaleza.
Reaccionando ante la amenaza, transformado por el Despertar, llevando al límite de lo posible lo que era en el fondo, se convirtió en vampiro. Armado de dientes y garras, dueño de una fuerza sobrehumana e inmune a las toscas armas campesinas, logró acabar con un buen número de aquellos desgraciados antes de huir a través del bosque. Días después, medio muerto de sed, llegó a la Puerta.
Ahora quería medrar en el ejército, y por eso se había presentado voluntario para la misión. Pronto bebería sangre de hechicero.
Sintió una vibración en el aire, una fuerza que emanaba de puntos concretos tras la empalizada. Los magos estaban lanzando sus conjuros y al hacerlo, revelarían su posición.
Las formas habituales de combatir un incendio eran condensar la humedad del aire, provocando lluvia sobre los fuegos, o robar el oxígeno de la zona para que las llamas se asfixiasen. Ninguna de ambas era una amenaza para Kostya, aunque la consunción de oxígeno sí podía matar a algunos de los soldados, hombres comunes o teriántropos, que necesitaban respirar. Peor para ellos.
El vampiro se puso en pie, dispuesto a saltar la empalizada en busca de su primera víctima, cuando la vibración le atrapó, reproduciéndose y transmitiéndose a través de su carne muerta.

Cientos de cadáveres se alzaron, levitando a unos centímetros del suelo bajo la mágica influencia del hechizo. En la torre de obsidiana y a bordo del dirigible, los observadores se inclinaron para ver mejor. La necromancia tenía unos límites muy claros, y si Espejo usaba esos cadáveres para luchar, los habría sobrepasado. Pero el Señor de los Espejismos no iba a caer en un error tan simple y tan inútil.
Todo el perímetro estaba rodeado de muertos que flotaban, y los soldados que antes fingían estar muertos miraban ahora a un lado y a otro, desconcertados, asustados como niños perdidos entre un bosque de cadáveres. Algunos, como Kostya, corrieron hacia la empalizada, dispuestos a actuar antes de que la magia se pusiese en marcha.
El joven vampiro cayó al suelo, presa de un dolor inmenso, antes de cumplir su objetivo. Los muertos empezaron a vibrar, y Kostya, alzado por la fuerza mágica, vibró con ellos. 
De pronto la piel de todos los cuerpos se rasgó, como flagelada por mil cuchillas diminutas, y una nube de sangre espesa salió despedida de ellos a través de las heridas, de la piel lacerada, de ojos inertes y bocas muertas, una pulverización rojo oscuro, casi negro, que formó una lluvia horizontal, suspendida durante segundos, móvil después, lanzada contra los muros a toda velocidad. El único sonido que se escuchó fue el chapoteo gigantesco, húmedo, y el efervescente crepitar de los fuegos muriendo.
El soldado más cercano a Kostya se quedó mirando el pálido cuerpo del vampiro, cuya piel estaba hecha jirones, blanca y desangrada.  El bando de Espejo había usado necromancia contra los muertos, algo que no violaba la letra de los pactos. La sangre de los muertos había sido invocada y atraída, y un vampiro está tan muerto para la magia como un hombre decapitado.
Un silencio pesado se adueñó del campo de batalla. Los soldados miraban alucinados a los cadáveres flotantes, hasta que en un movimiento único y sincronizado todos los cuerpos cayeron a tierra. El golpe fue sordo, seco, como la palmada furiosa de un dios lejano. Todos los invasores cercanos a la empalizada huyeron sin mirar atrás.
El humo rojizo que surgió de las extintas hogueras no se dispersó, elevándose de forma natural, sino que se pegó al suelo en forma de niebla baja y tardía, cubriendo la base de la empalizada. Allí se quedó, como una promesa de muerte cierta para quienes osasen acercarse.

ENLACE AL SIGUIENTE CAPÍTULO



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viernes, 17 de octubre de 2014

PUERTA UNO. EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. CINCO.



https://www.youtube.com/watch?v=xB5K3G09lrA




5
Extramuros

-De nada te valdrá saber mucho si no lo aplicas bien, chaval –dijo el tío Sebastián. 
Fernando giró la cabeza para mirar a su tío. Sentado delante de él en el caballo, el niño no entendía de qué le hablaba Sebastián. 
Habían pasado tres días desde el episodio en la poza, tres días en los que el niño esperó una explicación de lo ocurrido, de cómo habían podido respirar bajo las aguas igual que los peces, del papel que, sin duda, jugaba la llave de madera en aquella maravilla, y sobre todo, de la normalidad con que su amplia familia había reaccionado. 

viernes, 10 de octubre de 2014

PUERTA UNO. EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. CUATRO.



https://www.youtube.com/watch?v=7toNqgapsOw










4
Intramuros

Antes de los Pactos de Guerra, magos y brujas eran las armas preferidas de los Poderes, capaces de decidir el curso de una batalla. Hace mucho tiempo de eso, pero los viejos habitantes no olvidan con facilidad el enfrentamiento que estuvo a punto de destruirles.
Fue una guerra larga y absurda, como lo son todas.
Fue una guerra justa y necesaria, como lo son todas.
El punto de vista no depende, al final, de estar en el bando vencedor o en el de los perdedores, sólo de lo cerca que se está de la línea del frente.
En aquella guerra el frente estaba en todas partes. La muerte, como otro ciudadano más, paseaba libre por la Ciudad, y ni las oscuras callejas ni las avenidas palaciegas resultaban seguras. Los magos usaban su poder para matar a distancia, o lanzaban hechizos de combate capaces de diezmar pelotones enteros. Las espadas ya no recordaban cómo era el interior de sus vainas y los necrófagos engordaban.

viernes, 3 de octubre de 2014

PUERTA UNO. EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. TRES










Tres
Intramuros
La escalera pesa más a cada paso. Tanto que Fabián está tentado de abandonar su forma humana, de recurrir a las fuerzas atesoradas en su cuerpo de lobo. Sin embargo, las órdenes de los amos son claras, y todos ellos deben mantener su aspecto de hombres normales hasta llegar a lo alto de la empalizada. De esta manera, los tiradores no usaran contra ellos las flechas de plata, sino las comunes, incapaces de dañarles.
Los seis teriántropos portan la escala sobre sus hombros, precedidos por un cabo que les abre camino a base de gritos y golpes de látigo entre las filas de infantería. El hombre lobo, en el extremo delantero de la escala, se siente enardecido por el olor a sangre que surge de las espaldas flageladas. Nota cómo sus colmillos rompen las encías, alargándose milímetro a milímetro, y siente el ansia de sangre. Sus ojos se centran en los defensores que, desde lo alto de la muralla, no dejan de arrojar flechas y piedras. Pronto, se dice, vuestra carne será mía. Pronto.