sábado, 26 de abril de 2014

PUERTA II. VIVIR EN EL INTENTO. Cap 1

https://www.youtube.com/watch?v=WQy90OKiyEg







Mi nombre es Jonathan Silencio, y he aceptado la oscuridad.

No me limito a vivir tratando de ignorarla, rodeado de ella, asfixiado por ella y consolado en una burbuja de aire muerto. No me limito a convivir con ella, a procurar que me respete y respetarla, huyendo siempre hacia luces de falsa esperanza. La he aceptado como parte de todo lo que existe, incluyéndome a mí mismo. No hay nada más allá de la oscuridad para mí. Ni para nadie.
Aceptar la oscuridad es el primer y único paso necesario para combatirla. No para vencerla. Prefiero dejar para otros la ilusión de la victoria, la búsqueda del triunfo. Tener un objetivo es siempre un obstáculo para lograrlo. Yo me limito a estar, ser, luchar el momento. Aceptar la oscuridad para poder golpearla. Quienes no aceptan la oscuridad no pueden enfrentarla. Aunque nos exija pagar un precio. En culpa, en soledad, en sacrificio, en rabia.
A veces, como me sucedía esa noche, pago el precio bajo lunas altas, en parajes desolados a los que otros no se acercarían.

Claro que normalmente trabajo por dinero, lo que es siempre un buen motivo. Pero esa noche, con la nieve hasta los tobillos, el frío mordiéndome como un predador hambriento y las manos irritadas por trabajar con la pala, la cuenta la pagaba yo. Es en esas noches cuando me siento imbécil, como si aún tratase de redimirme ante poderes que no existen.
Estaba en algún lugar cerca de Sepúlveda, perdido entre pinares, cavando una fosa en la dura tierra segoviana para enterrar en ella a cinco resucitados, zombies si se prefiere ese término, a los que había cazado en las últimas dos noches. Un trabajo fácil, ya que se trata de presas torpes, lentas y no muy inteligentes, que se mueven por instintos primarios. Cachorros, si se les compara con otras criaturas a las que me he enfrentado antes.
Nadie me había encargado la misión. Simplemente, había leído en las noticias algunas cosas sobre profanaciones de tumbas, niños secuestrados y mascotas desaparecidas en los pueblos de la zona.
Acudí a investigar porque de alguna forma sigo considerándolo mi deber. Pero sobre todo, porque la inactividad tras mi último caso me estaba volviendo loco. Necesitaba una inyección de adrenalina, un objetivo, algo que no me hiciese pensar en quienes habían caído durante la investigación.
Un inspector de policía y una joven doctora murieron mientras  yo trataba de librar a mi cliente de un aojamiento. Murió más gente, claro. Cinco brujas y un estúpido aspirante a hechicero, al que los medios apodaron el Ilusionista, acabaron bajo tierra en el mismo caso, pero ellos no me preocupaban, no tenían espacio en mis pensamientos. Se habían buscado lo que encontraron. Su ambición, su ansia de poder era lo que les llevó a la tumba.
En el caso que me llevó a cazar zombies en Sepúlveda, las cosas eran diferentes. Se trataba, como averigüe tras unos días de pesquisas, de ignorancia. La mayor fuerza humana, su mayor motivación. Hacemos por ignorancia cosas que no haríamos jamás por dinero, amor o nobleza. Y lo terrible no es que actuemos desconociendo las consecuencias de nuestros actos, sino el poco interés que ponemos en conocerlas. Lo poco que nos importa a quién hagamos daño, a quién no ayudemos.
Los jóvenes, apenas adolescentes, segovianos que habían encontrado una versión de Las Clavículas de Salomón entre los libros de una casa abandonada pertenecían a esa clase de personas. Jugaron con el grimorio sin tener en cuenta el poder que encierra, sin preguntarse por las posibles derivaciones, y no lo hicieron por maldad sino por ignorancia. Por eso no hice nada contra ellos. Me limité a robar el libro y salir en busca de los muertos que resucitaron al jugar los chicos con sus hechizos.
Fueron buenos días, en los que no tenía más compañía que la mía, la de la naturaleza y la de Jack Daniels. Adecuadas todas ellas para olvidar, para volver a ser el cazador, el ser primario con objetivos primarios. Cazar y seguir en pie. Sin remordimientos innecesarios.
Seguí el rastro de los resucitados uno por uno. Acabé con ellos metiendo una bala en sus cabezas, haciendo así que el cerebro se desconectase del cuerpo muerto. Es la manera más segura de acabar con un zombie, mejor incluso que el fuego, que puede darles más espacio de maniobra. No sienten dolor, así que quemarles vivos les da tiempo para intentar devorarte el cerebro.
Sólo uno de ellos me dio problemas serios. Perdí su rastro en los pinares y, mientras trataba de retomarlo, el tipo me saltó encima desde la copa de un árbol. Una maniobra inteligente, que resultaba más propia de un nefárida que de un zombie. Posiblemente era un muerto reciente, o que estuvo más cerca de la maldad en vida que el resto. Emociones más intensas, y por tanto menor distancia al Despertar.
En cualquier caso, cayó sobre mí, golpeándome y sujetando el rifle para evitar que le disparase. Yo le ataqué con el puñal que llevaba a mi cintura, un viejo cuchillo que había obtenido en la antigua cripta de Honquilana donde terminó mi caso anterior y que no había probado en combate hasta entonces. Mi intención era sólo atacar sus brazos para liberarme y usar el rifle, pero el efecto fue sorprendente.
Cuando la hoja hirió la carne muerta, una especie de fina llama blanca recorrió el filo y la carne se deshizo, como si se deshilachase, como si lo poco de vida que quedaba en ella, uniendo sus tejidos muertos, fuese destruido por el antiguo puñal.
Seguí cortando y rajando, sólo para probar la fuerza de mi nuevo arma, hasta que aquella cosa se convirtió en una indefensa masa de carne, con la cabeza apenas unida al tronco por un par de tendones que el frío contraía y resecaba. Sólo entonces cogí el rifle y le metí una bala entre los agujeros que habían contenido sus ojos.

Durante la última noche, mientras cavaba la fosa, pensé que el dinero no lo es todo en mi trabajo. Había conseguido un valioso grimorio, cuya efectividad probaba la aparición de los zombies, y un arma que me resultaría muy útil si es que era capaz de herir a todos los preternaturales tan eficazmente como a los resucitados. Además de una cierta paz espiritual.
Una lata de gasolina sobre los despojos y una cerilla sirvieron para acabar el trabajo. Aproveché el fuego para calentarme, tomar unos tragos de la botella y fumar un cigarro tranquilamente, dedicándome tan solo a estar ahí, sin pensamientos conscientes, sin recuerdos. Para la gente como yo, gente que jamás es recordada ni añorada por el resto, gente con la que sólo se cuenta cuando es necesaria, los recuerdos son un lujo que no podemos permitirnos. Nos hace demasiado vulnerables, y resulta mucho mejor ser prescindibles y saber prescindir del resto. Arrojé mis recuerdos, mis remordimientos y la colilla del cigarro al fuego y me marché, mochila al hombro, regresando hasta el coche de alquiler que había dejado a un par de kilómetros de Sepúlveda.
Llegué al amanecer y mientras la calefacción espantaba el frío del habitáculo, saqué de la guantera mi teléfono móvil y lo encendí.
Había una llamada perdida. DRA AISA, decía la pantalla. Alguien se había acordado de mí. Alguien me necesitaba.


 ESTE ES EL PRIMER CAPÍTULO. LA NOVELA ESTÁ AQUÍ




ENLACES A LAS PRIMERAS HISTORIAS






DE ILUSIÓN TAMBIÉN SE MUERE



11 comentarios:

  1. Gracias, Maga. Ya sabes, los principios, como los finales, son bastante difíciles. Pero tengo la esperanza de no aburriros con lo que queda por venir. Hay que ponerse a trabajar, eso sí. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Este comienzo es una prueba más de un proceso maravilloso en tus escritos. Tu protagonista cobra fuerza dentro de la historia dejando ver sus conocimientos y sus emociones a la par. Como si la sangre oscura de la soledad y el desengaño impregnara la tierra yerma creando raíces donde hacerse fuerte. Resumiendo, que leerte es un deleite y un aprendizaje continuo. Gracias por tanto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me ha gustado lo de las raíces, Luna. Gracias a vosotros, esto sigue siendo muy divertido. Un abrazo.

      Eliminar
  3. Llevo poco leyendo tus escritos José, pero me gustan. Iré siguiendo las historias.
    Un abrazo,

    ResponderEliminar
  4. Hola, por fin, José.
    Lo que te aseguré lo cumplí, aunque me haya llevado semanas. Me gusta esta entrada aunque palabras tan extrañas como "aojamiento", del último caso, o nefáridas (parecidos a los zombis, creo comprender) me sacan un poco del texto, porque como sé que son creadas por ti y por tu forma de escribir, no puedo recurrir a nadie para que me las explique. Así que ahora que te pillé, puedes indicarme?
    Lo de los asesinos a sueldo y el nombre con la oscuridad de gancho también le viene al pelo. Tendré que seguir para saber más de este tipo o de sus casos.

    Un abrazo.
    PD. Me ha resultado difícil de leer por la oscuridad del fondo. Yo pondría la perfecta claridad de las respuestas a los comentarios, que se leen a distancia, que no este fondo gris tan oscuro que tengo que forzar mucho la vista para leerlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tengo que ir haciendo algo como un "diccionario" de referencias, Ricardo Plantagenet Médano. Verás, "aojamiento" es una palabra muy en desuso, por no decir olvidada, que se refiere a una forma de perjudicar a una persona, una víctima, mediante el poder de la mirada de otra, un agresor. El agresor puede ser o no consciente, su fuerza de voluntad, su rencor, sus ansias de dañar a la víctima, son capaces de provocar mala suerte o enfermedades. Sería un sinónimo de "mal de ojo", aunque entendemos esto más como un acto voluntario, en el que interviene algún hechizo o conjuro, y el aojamiento contempla esa posible fuerza dirigida pero no intencionada. Respecto a los "nefáridas", serían personajes condenados a una especie de "purgatorio". Cazadores de hombres, asesinos, dedicados a perseguirse unos a otros en ese Purgatorio y recompensados por alguna Fuerza mayor (digamos un Demiurgo, una divinidad) con breves estancias en el mundo mortal para llevar a cabo la más interesante de las cazas, la del hombre vivo. Son un viejo recurso que utilizaba en mi aún más torpe juventud, como en http://www.relatoscortos.com/RIO-DE-SANGRE-APARTADERO/14519
      Intentaré hacer algo con los colores. Gracias :)

      Eliminar
  5. ¡Genial! Me ha gustado mucho y creo que ya soy seguidor... :V Te copiare la idea de agregar una canción a la lectura, (no sé, le da algo especial).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Andrés. Siéntete libre con lo de la canción. Creo que sí, que da opciones al lector, lo que siempre es bueno. Sé bienvenido. Un saludo.

      Eliminar
  6. Me pasa como a Ricardo con la oscuridad del fondo, con la diferencia de dos décadas más encima. Me ha gustado este tipo de personajes que, no por estereotipados, dejan de llamar la atención de personas como yo a las que les gusta la novela negra y la ciencia-ficción, el terror y el suspense.
    Como has sugerido y porque me gusta lo que he ido leyendo tuyo me he ido al enlace que le has dado a Ricardo, el de relatos cortos, y como era IMPOSIBLE leerlo allí, lo he pasado a un archivo, he dado tres puntos a la letra y empiezo a leerlo ahora.
    Ya te contaré.
    Este que he leído me ha gustado y lo proseguiré.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Isabel. Espero conseguir engancharte y que te pases habitualmente por esta, tu casa. Un abrazo.

      Eliminar

Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.