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sábado, 18 de enero de 2014

PUERTA II. La luna no es suficiente. CAP 6.


CAPÍTULO 6

No tengo nada contra las religiones, excepto su parecido con el orgasmo, ya que nos  muestran paraísos que no pueden convertir en eternos.
Alguien dijo que si das pescado a un hombre, comerá un día, y si le enseñas a pescar, comerá todos los días. Estos vendedores de eternidad han aprendido bien la lección, y saben que es mejor dar un pescadito que enseñar a pescar, puesto que así el hambriento volverá a postrarse ante el altar, como una foca amaestrada que realiza su pirueta a cambio de la sardina fresca. Después de todo, el negocio de las religiones es el mercadeo de almas, y esas valen mucho más de lo que cuestan unos pocos pescados regalados. Sería estúpido por su parte que dedicaran su dinero a animar la economía o crear empleo en vez de crear albergues que perpetúen la baja condición de los necesitados.
Así que, en fin, resulta lógico que mantengan abiertos esos centros de atención, esos cebos para desesperados, esos hospedajes de la miseria. Lógico y útil para alguien como yo.
Tras abandonar el lugar donde la mujer lobo ardía en su indigno crematorio de basuras, busqué uno de dichos albergues, uno que mantiene no sólo su función de comedor social y alojamiento, sino también un dispensario para atender a indigentes que no puedan acceder a la sanidad pública.
Acudir a un hospital en mi actual estado, indocumentado y recién salido de una pelea, habría provocado una inmediata llamada a la policía, y tal vez ni siquiera me atendiesen. En el dispensario de las monjitas, aunque acabasen llamando a las autoridades y tuviesen menos medios, al menos conseguiría atención básica. Era todo lo que necesitaba. Un par de vendas y algo que me mantuviese en pie pese al dolor.
No tenía intención de actuar como detective aquella noche. El tiempo del detective había pasado, y llegaba el momento del cazador.

Entré en el dispensario con la cabeza gacha, arrastrando los pies y fingiendo que me costaba respirar. Tampoco es que necesitase disimular mucho.
Una chica de bata blanca, pómulos altos y labios finos y apetitosos salió a recibirme, tenso su rostro por una súbita alarma. Supuse que mi aspecto era peor de lo que yo creía.
Sin perder tiempo en formularios o entrevistas, como habría ocurrido en la sanidad pública, me llevó hasta una camilla, me ayudó a sentarme y me preguntó qué me había ocurrido.
Le conté que había sido atacado por varios perros callejeros mientras dormía en el parque del Campo Grande, que había escapado a la carrera y que al hacerlo, caí al saltar la valla que limita el parque, golpeándome con fuerza en las costillas. La historia era más creíble que la verdad y ella, como cualquiera, había oído lo suficiente sobre las muertes de las prostitutas y la teoría policial de los perros, propagada por los medios de comunicación, para creérselo. Hablé además con acento tosco y vocabulario pueblerino, tratando de parecer un vagabundo sin formación. Y hasta tosí sangre un par de veces, por cuidar los detalles.
-¿Cómo se llama usted? –preguntó la chica mientras acercaba un carrito con el material necesario para las curas.
-Me llamo Isidro –dije-, Isidro Sánchez, hermana.
-No, no soy monja –bueno es saberlo, pensé mirando la suave curva de su cuello-, soy estudiante de medicina y trabajo aquí como voluntaria.
-Es usté buena gente, señorita.
-Quítese la camisa, Isidro.
Obedecí mientras ella se ponía los guantes y preparaba el material. Mi torso tenía más arañazos que el cabecero de la cama de una suite nupcial, y la sangre seca formaba costras que se mezclaban con la suciedad del contenedor. Ella me lavó con una esponja, su olor a leche de almendras inundando mis fosas nasales, limpiando de alguna manera todo el hedor a muerte que me llenaba antes. Resultó estimulante.
-No parece un indigente –comentó en voz baja-, está usted muy bien.
Alzó la vista, repentinamente ruborizada, al darse cuenta de lo que había dicho, y yo le ofrecí mi mejor sonrisa de medio lado.
-Muy bien alimentado, quiero decir –se corrigió. Estaba preciosa cuando se sonrojaba.
-El trabajo del campo hace la carne prieta, señorita –dije yo-. He estao siempre de pastor y en la labranza, hasta que el amo vendió las tierras pa meterse a constructor y me tuve que venir a la ciudad, pero aquí no he tenio mucha suerte.
Mientras hablábamos de lo mal que estaba todo y otras obviedades, ella limpió mis heridas, abrió un armario metálico que había en la pared del fondo, sacando una jeringuilla y dos ampollas, con las que quiso anestesiarme, a lo que me negué alegando que sufría una alergia, y me puso algunas grapas en vivo. Aguanté el dolor con estoicismo y cagándome un poco en todo, aceptando ese dolor como un estímulo más, como una forma de despertar y prepararme para lo que tenía que hacer después. No podía permitirme que nada embotase mis sentidos.
-Es usté buena gente, señorita –repetí mientras ella vendaba con fuerza mi torso apaleado-, ¿cómo se llama usté? Quiero recordarla en mis oraciones.
Sonrió con dulzura. Era una monada, aunque algo meapilas. Supuse que rezarle un padrenuestro le parecía recompensa suficiente por su trabajo.
-Me llamo Rosario. Rosario Delgado.
Rosario. Nombre de iglesia, voluntariado de iglesia. Seguro que había ido a un colegio de monjas y que rezaba arrepentida después de masturbarse. Seria por el dolor y la adrenalina, pero me fue fácil imaginarla masturbándose.
-¿Ha comido usted algo, Isidro? –dijo al terminar de vendarme- . Puedo traerle algo del comedor
-Ayer comí a mediodía, señorita. Pero nunca por mucho pan fue mal año...
Sacudió la cabeza con pesar.
-Descanse un poco aquí, y no se preocupe. Me acercaré al comedor y seguro que encuentro algo para usted. Un bocadillo al menos.
-Gracias, señorita –tragué saliva con ostentación, como si la perspectiva de comer me emocionase-, no quiero molestar más...
-Tonterías. Estamos aquí para ayudar, Isidro. Descanse, que yo vuelvo enseguida.
Me ayudó a tumbarme en la camilla, sujetando mi nuca y mi pecho mientras lo hacía. Bajo la bata, unos pechos firmes rozaron mi torso, y un mechón de su pelo suelto acarició mi mejilla. Evité mirarla a los ojos.
Se marchó, dejándome solo en el pequeño dispensario. Conté hasta diez antes de levantarme, sacar mi navaja de la bota y forzar la puerta del armario de las medicinas. Cogí unas cuantas ampollas del anestésico, un par de jeringuillas y unas cajas de Adderall, un medicamento que se utiliza para combatir la narcolepsia y como antidepresivo. Contenía anfetaminas suficientes como para mantenerme en pie lo que quedaba de noche, hasta que terminase mi trabajo.
A esa hora, aún madrugada prendida en el anzuelo del amanecer, no había nadie por la calle, ni más sonidos que la reverberación lejana de ciertas campanas, de ciertas tumbas, sonoras como ladridos sin perro que crece bajo el rocío prometido de un mañana que muchos no veremos.
Ella no vería ese amanecer, ni escucharía otro sonido que el de mi voz. Era lo necesario, sino lo justo.
Tragué unas cuantas píldoras de Adderall, empujándolas con un sorbo de agua en una fuente pública, y seguí camino, entre calles que destacaban en grafito y cuero repujado a medida que la droga iba acentuando mis sentidos.
Llegué a la esquina entre Gallegos y Libertad sin apenas jadear, ignorando la quemazón de mis costillas vapuleadas y el dolor de las grapas que se esforzaban en mantener unida mi carne. No era para tanto.
Por mucho que doliese, me dije recordando los dorados ojos de la licántropo, peor le iba a ir a la chica del bar.

Entré en el portal.


 ENLACE AL CAPÍTULO FINAL

14 comentarios:

  1. Gracias. Éste clímax se prolonga a placer. Por dios, que llegue pronto el miércoles!!

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  2. Cada vez más interesante. Me encanta la atmósfera que estás creando en esra historia . Un abrazo.

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  3. Si consigo que os preguntéis, siquiera un instante, qué pasará el miércoles, daré el tiempo por bien empleado. Gracias por la visita

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    1. Imposible no preguntárnoslo. Al menos, yo estoy esperando con ansia. Por cierto... me gusta el Jacks, jejeje. :)

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  4. ¡Te superas José! Me tienes a tus pies. La frase con la que abres el capítulo es impecable, de esas para destacar en la edición de lujo de "La luna me sabe a poco"... ¡Cómo envidio tu facilidad para los diálogos ;-) El papel de Silencio en el dispensario fabuloso, en plan redneck... jajaja Estuvo muy bueno. El ritmo lo llevas de cine... bueno, ¿qué te voy a decir? Espero que ningún mundo toque su fin, al menos hasta después del Miércoles. Abrazucu aopretadín desde Villa de Rayuela!

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    1. Sabes escuchar y tienes empatia, Maga. Es el mejor truco para los diálogos; escuchar, adaptar, imitar, hacer tuyo el entorno. Vosotros los humanos lo tenéis más fácil que yo ;)

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  5. Abrir las puertas de tus universos ocultos es una invitación a lo impredecible. Los personajes tienen coherencia y eso es lo más difícil de conseguir. Adoro tu insomnio.
    No queda tanto hasta el miércoles, invítame una ronda y arreglamos el mundo mientras esperamos. Abrazo de koala y escalofrío, Bartolomé

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  6. Muy bueno Jose, me está gustando mucho...ya te pediré un autógrafo.

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    1. Te lo firmaré en una servilleta de bar, mientras tomamos una copa. Por compartir la copa, más que nada ;)

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  7. Un poco de relax antes de volver a la carga, con una sanitaria apetitosa por medio. Como manejas bien la trama y te desenvuelves con desparpajo en esta historia las continuaciones posibles aumentan, asi que dejaremos que sea tu pluma la que decida, que hasta ahora lo hizo muy bien.

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    1. Gracias, Ender. Habrá que intentar sorprenderos, aunque se me antoja difícil, y resolver el pequeño conflicto moral que implica el castigar a una mujer, incluso el decidir si lo merece...

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  8. Estupendo, artista: hay algunas frases que son magníficas.
    Me cuesta dar con las entradas, pero con tu ayuda... Gracias: vale la pena, ya lo creo.
    Un abrazo.

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  9. Y ahora... ¿dónde está el 7?
    Si es que no doy una...

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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.

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