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viernes, 10 de octubre de 2014

PUERTA UNO. EL RENCOR DE LOS DIOSES VIVIENTES. CUATRO.



https://www.youtube.com/watch?v=7toNqgapsOw










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Intramuros

Antes de los Pactos de Guerra, magos y brujas eran las armas preferidas de los Poderes, capaces de decidir el curso de una batalla. Hace mucho tiempo de eso, pero los viejos habitantes no olvidan con facilidad el enfrentamiento que estuvo a punto de destruirles.
Fue una guerra larga y absurda, como lo son todas.
Fue una guerra justa y necesaria, como lo son todas.
El punto de vista no depende, al final, de estar en el bando vencedor o en el de los perdedores, sólo de lo cerca que se está de la línea del frente.
En aquella guerra el frente estaba en todas partes. La muerte, como otro ciudadano más, paseaba libre por la Ciudad, y ni las oscuras callejas ni las avenidas palaciegas resultaban seguras. Los magos usaban su poder para matar a distancia, o lanzaban hechizos de combate capaces de diezmar pelotones enteros. Las espadas ya no recordaban cómo era el interior de sus vainas y los necrófagos engordaban.

Pero la magia tiene un coste y los magos se debilitaban, morían consumidos por su propio poder o víctimas en muchos casos de asesinos silenciosos, entrenados para matar como sombras. Ninguno de los bandos parecía capaz de detener un enfrentamiento cuyo origen apenas era recordado. No quedaba nadie en quien confiar.
La igualdad de fuerzas hizo que la guerra se estancase, y los Poderes dependían cada vez más de magos y hechiceros, mientras que éstos recurrían a los más oscuros de entre los fuertes para protegerse. Todo era miedo y paranoia. El conflicto se había extendido al mundo durmiente, un enfrentamiento religioso entre bandos irreconciliables en el que participaron muchos Despiertos, reforzando sin pretenderlo las supersticiosas creencias en dioses, ángeles, golems y genios que fortalecieron las distintas fes y enquistaron el conflicto extramuros.
Los Poderes trataron de romper ese equilibrio, celosos de la influencia que los conjuradores adquirían y cansados de tanta muerte. El desarrollo tecnológico fue su recurso, y pronto la Ciudad y sus alrededores conocieron el horror de los bombardeos, la arbitrariedad de las minas antipersona, el miedo a los vehículos francotiradores autónomos o el rugido de las armas repetidoras. Durante meses, las trincheras se convirtieron en mataderos, las orgullosas torres y los lujosos barrios en escombros, las armas químicas diezmaron a una población ya castigada, y toda noción de honor se perdió entre gritos y lágrimas.

Uno de los Poderes fue destruido.
No era la primera vez que ocurría, ni fue la última. Ni siquiera los Poderes están más allá de la muerte definitiva. Pues como fue dicho, con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir.
Sin embargo, aquella muerte cambió todo. El bombardeo de uno de los Palacios con un arma tan poderosa que ni sus propios creadores habían evaluado su fuerza provocó la destrucción del edificio, la muerte de todos sus ocupantes y la completa devastación de un área mayor que cualquier ciudad extramuros. Sólo pudo suponerse cuántos ciudadanos habían fallecido, casi desintegrados, en la explosión y el cataclismo posterior, un terremoto que pareció sacudir los mismos cimientos de la Ciudad y poner en peligro el propio Castillo Pendiente.
Espantados por la fuerza desatada, temerosos de ser los siguientes, y sin saber a ciencia cierta quién de ellos había desarrollado tan innoble arma, los Poderes se reunieron en el palacio del Maestro Juez y negociaron los Pactos de Guerra.

Queda prohibido el uso de toda arma compleja que pueda producir varias víctimas en una sola acción.
Queda prohibido el uso de conjuros de combate contra enemigos vivos y de reanimación, resurrección o alzamiento si los alzados participan de nuevo en el combate.
Queda prohibido el uso de artefactos explosivos complejos.
Queda prohibido el uso de medios aéreos para el bombardeo.
Queda prohibido el uso de venenos, gases tóxicos y armas químicas.

Muchas otras prácticas de guerra fueron eliminadas o reguladas en los pactos. Desde entonces, la guerra volvió a ser algo honorable entre los habitantes de la Ciudad. O al menos, algo menos sucio y menos letal. Sin embargo, muchas de las disposiciones estaban más encaminadas a la protección de la Ciudad que a la de los soldados en liza. Y muchos pensaron que era la propia conciencia de la Ciudad, inmensa como sus calles, oscura como sus rincones, tal vez ficticia como sus leyendas, la que había actuado para preservarse a sí misma. Muchos de entre los más sabios temieron incluso que las reglas de los Pactos no fuesen más que órdenes dadas por una fuerza más allá de los Poderes, tan por encima de ellos que resultaba imposible percibirla, una fuerza que se limita a permitir a los habitantes que vivan sus vidas.
Otros muchos consideraron locuras y fantasía estas opiniones. Los pactos fueron firmados, y la alquimia, la forja y otras artes renovaron su carácter civil o, en todo caso, dedicado a la defensa.
Los conjuradores y hechiceros, lejos de perder su poder, adquirieron con el tiempo nueva relevancia. En lo concerniente a la batalla, se convirtieron en defensores y curanderos, tan necesarios en la retaguardia como antes lo fueron en el frente. Sus hechizos estaban ahora dedicados a preservar las vidas de sus aliados antes que a acabar con el enemigo. Y los más inteligentes de ellos lograron hacer ambas cosas a la vez, sorteando las directrices de los pactos. Porque la sabiduría no está en la acumulación de conocimiento, sino en su aplicación práctica.

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10 comentarios:

  1. "Fue una guerra larga y absurda, como lo son todas. Fue una guerra justa y necesaria, como lo son todas..." Fabuloso José!

    Por primera vez nos das una pista sobre el tamaño de la Ciudad y debo admitir que estoy sobrecogida... si los dominios de un sólo palacio superan en tamaño a una de nuestras ciudades... waaaao!

    Me parece genial el tema de los pactos de guerra, sabes lo que opino de la "Fantasía creíble" y me encanta que existan límites.

    Me moría de ganas de saltar e muro y hoy me has dado un empujón. Genial! Sigo esperando expectante!

    Abrazucu desde Villa de Rayuela!

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    1. Estos límites son necesarios, tienes razón. Correría el peligro de caer en el abracadabra si no existiesen así que... bueno, hay que intentar que funcionen. Trabajo en ello con muchas ganas gracias a vuestro empuje.

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  2. Alucinada estoy con las reglas del "juego"! Esto promete, a ver cómo resuelves ir deshaciendo entuertos -lo de los guerreros pàjaro y la brea del capítulo anterior!!!-
    ...sorteando las directrices de los pactos... ^-^

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    1. Es un desafío interesante... y tendrá su peso en nuestra historia, querida Rosa, ya que siempre que existen reglas, existen formas de aprovecharse de ellas. Es, tal vez, nuestra naturaleza.

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  3. Cuando comencé a leer, como siempre, puse la música elegida de fondo, ya la conocía ("La profecía" fue mi primer libro de terror... aún no olvido cómo me sentí... y obviamente, la curiosidad fue más fuerte y ví la película repetidas veces...), y debo decir que me esperaba algo más "terrorífico", pero reflexionando (me sucede cuando te leo, y eso es bueno!), hay algo que lo sea aú más que la guerra??... y más si pensamos, que los "Poderes" se reunen a concordar "Pactos de guerra" como si se tratara de un juego de mesa... por lo cual, una vez más, acertada elección musical para este capítulo.

    Creo que esto encierre una gran verdad, y un punto de reflexión:
    "...Fue una guerra larga y absurda, como lo son todas.
    Fue una guerra justa y necesaria, como lo son todas.
    El punto de vista no depende, al final, de estar en el bando vencedor o en el de los perdedores, sólo de lo cerca que se está de la línea del frente...."

    Como siempre, espero más puertas, muchas más.
    Un beso.

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    1. La novela de Seltzer es desde luego una obra maestra de lo terrorífico, y una gran reflexión, creo, sobre la inocencia y la maldad, sobre nuestra capacidad de elegir un camino, si estamos destinados a esa maldad o si la misma inocencia existe. Por estas razones me pareció que la música resultaba apropiada a este capítulo. Ponerle reglas a la guerra puede ser un intento de acabar con ella, como ocurrió con nuestros Pactos de Ginebra y nuestra Sociedad de Naciones, o un intento de sacar ventaja en ella, como el pacto de no agresión entre Rusia y las potencias centrales de la I Guerra Mundial. Bondad y crueldad en similares contextos...
      Un abrazo.

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  4. La idea es conceptualmente muy interesante y el poder leer una parte sin estar atado al todo y estando vinculado a la ves es de una gran riqueza, sobre todo para un formato como este. Permite engancharse aunque se llegue tarde. Hablando del texto, se intuye un mundo de una gran riqueza y complejidad. Una fantasía con bombas y armas químicas que resulta llamativa.

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    1. Gracias, Sandra. Intento que el conjunto sea mejor que la suma de las partes, y agradezco vuestra visita y vuestra opinión. Y vuestra crítica, por supuesto. Un abrazo.

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  5. La historia me remite a LeGuin o a Tolkien el utilizar el recurso de una ciudad para unir todos los conceptos. Lejos de ser una crítica es un profundo elogio a esa capacidad de vislumbrar y mostrar un mundo complejo en sí mismo pero que en un momento todo se une en una solución; "la sabiduría no está en la acumulación de conocimiento, sino en su aplicación práctica" Esa sola frase es una biblia a seguir. Mi nombre es Pablo. Gracias

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    1. Gracias, Pablo. Dos autores a los que admiro, innegablemente. Sin duda esa capacidad de la que hablas les hace especiales, entre otras cosas. En mi caso es un intento más humilde, pero que avanza gracias a vuestras visitas y comentarios. Gracias y un saludo.

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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.

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