Conocí
al profesor Largo en la universidad, durante mi época de estudiante, y no tardé
en entender que aquel sabio excéntrico era una de las más prodigiosas mentes
que el mundo haya alumbrado jamás.
Su
erudición parecía no tener límites, su paciencia a la hora de atender y ayudar
a sus estudiantes era admirada por todos en el campus, y su capacidad de
trabajo parecía imposible en un hombre tan enjuto y poco destacable
físicamente.
Mis
estudios de psicología me llevaban, como no puede ser de otra manera, a
inquietarme e interesarme por los vericuetos de la mente humana, de su
funcionamiento y características, y así entré en relación con el profesor, cuyo
conocimiento de estos entresijos le convertía en el mejor de los maestros.
Gracias a él conocí las filosofías de los antiguos, los primeros atisbos del
conocimiento humano enfocado sobre sí mismo, y descubrí poco a poco muchas de
las lagunas que ningún estudio al uso podría llenar jamás.
El
profesor Largo estaba interesado, según supe cuando nuestra relación empezó a
convertirse en amistad sincera, en ampliar la capacidad de introspección de la
mente humana hasta más allá de lo que cualquiera lo hubiera hecho antes. Decidí
ayudarle en su búsqueda, y fue así como llamamos a la ruina y la demencia y las
atrajimos hasta nosotros. ¡Que perdone el cielo la locura y la morbosidad que
atrajeron sobre nosotros tan monstruosa suerte!
El
profesor era partidario del uso de sustancias naturales, extraídas de plantas
como las artemisas y algunas variedades de selenes y amapolas, que permitirían
la expansión de la conciencia humana.
Tal vez
sea éste un concepto que les cueste entender, pero como policías conocerán los
efectos de ciertas drogas o hierbas sobre los toxicómanos. El trabajo del
profesor sirvió, mediante el uso de sustancias parecidas, para conseguir
efectos mucho más benéficos para la humanidad.
Su ya
prodigiosa y analítica mente se expandió, no hay otra manera de describirlo, y
su memoria se convirtió en una especie de superordenador orgánico, con la
capacidad analítica y de raciocinio que nos diferencia y nos da ventaja sobre
cualquier máquina concebida nunca.
Gracias
al herbolario de mi familia en la ciudad y a la finca que mis padres poseían en
este pueblo, yo tenía acceso al cultivo e investigación de las plantas que
tanto necesitaba el profesor, y durante años desarrollamos juntos un cultivo
especializado, en el que logramos mejorar en secreto muchas de las especies que
necesitábamos para nuestros experimentos. Tanta era nuestra discreción que el
profesor jamás vino a visitarme, sino que yo le traía, oculto en mi propio
vehículo, para mantenerle alejado de miradas curiosas.
Pronto,
incluso yo mismo utilicé, con la guía y ayuda del profesor, dichas hierbas en
mi cuerpo, y tanto mi inteligencia como
mi capacidad de aprendizaje mejoraron en tal grado que podría decirse que soy
un hombre distinto. Distinto y, Dios me perdone, mejor.
La
expansión de conciencia del profesor le hizo llegar a conocimientos prohibidos,
ocultos a las tendencias académicas oficiales, pero que habían sido
practicados, acariciados apenas, por antiguos buscadores del saber. Si aquellos
viejos maestros hubieran conocido las teorías de las cuerdas, la función
creadora del bosón de Higgs, la dualidad que sólo intuían entre materia y
energía, habrían llegado tal vez a nuestras mismas conclusiones.
Si
hubieran desarrollado de la misma manera estas ciencias... aunque tal vez lo
hicieron. Tal vez aquel Fausto del pasado, aquel Hermes Trimegisto que creemos
leyenda, y tantos otros que se perdieron para siempre en el camino sabían todo
o parte de lo que nuestra noble ambición nos llevó a saber, y tal vez ellos
también se cruzaron con los perros. Difícilmente podremos averiguarlo, conocer
lo ocurrido en otros tiempos y lugares... difícil, pero no imposible.
Veo por
sus miradas que dudan de mi cordura, y no se lo reprocho, pues yo mismo no apostaría
mi patrimonio en ello. Y sin embargo, he apostado ya mi vida.
Terminaré
mi narración, para que puedan entender a qué me refiero y no se limiten a
encerrarme en una celda cuadrada y acolchada. Eso, créanme, sería condenar a un
inocente a la más horrible de las muertes, cuyo resultado han visto ya en la
desgraciada carcasa rota que albergó antes al profesor.
Poco
después de filtrar, por fin, la poción definitiva que permitiría a nuestra
mente fundirse con el todo, nos reunimos en mi casa para llevar a cabo el
experimento. Mientras el profesor, atado con correas para evitar que se
autolesionase, tomaba el bebedizo, yo grababa en vídeo la experiencia y tomaba
notas, siempre sin alejarme mucho y con una jeringuilla, conteniendo una dosis
controlada de adrenalina, dispuesta junto a mí. Habíamos usado en otras
ocasiones la adrenalina como forma segura y rápida de escapar del trance en que
las hierbas utilizadas, principalmente algunas del tipo selene, nos sumergían.
En
aquella ocasión el profesor llegó más lejos, en todos los sentidos que el alma
humana puede entender, de lo que antes habríamos soñado llegar.
El
profesor sostenía, y yo estaba de acuerdo con él, que el tiempo es una
percepción imperfecta de otra, otras tal vez, dimensiones. Y su intención última
era sumergirse conscientemente en esta dimensión desconocida, tratando así de
llegar al origen del conocimiento humano, del concepto mismo de humanidad.
Aunque parezca una locura para sus mentes no preparadas, esa noche lo
conseguimos. Ojalá nunca lo hubiésemos intentado, conociendo como conozco ahora
el precio de nuestra osadía.
Pronto,
el profesor entró en un trance profundo, que le permitió sumergirse, mediante
el ejercicio de la conciencia expandida, en una realidad oculta a nuestros ojos
hasta entonces.
Mientras
yo tomaba notas, él me describía cómo su mente se proyectó más allá de la
cárcel de su cuerpo, llegando a contemplar su propio nacimiento, desde el
origen en la comunión de dos simples células hasta el momento de ver la luz a
través de las carnes desgarradas de su madre.
Vislumbró
y comprendió el nacimiento de su propia conciencia, el origen real de la vida
inteligente en sí mismo.
Y
siguió retrocediendo.
Contempló
el origen de naciones enteras, mientras aceleraba en su viaje y su cuerpo físico
se sacudía, presa de temblores. Retrocedió cientos y miles de años, venciendo
las barreras del tiempo, del espacio y de la mente. Todo lo que vio, sintió y
aprendió está en mis notas, si es que tienen ustedes algún interés en ello,
pero he de advertirles de que se trata de un conocimiento prohibido y
peligroso, que sólo acarrea la más terrible de las muertes para quienes no
tomen las debidas precauciones.
El
profesor retrocedió demasiado en su periplo, y me castigaré cruelmente durante
lo que me queda de vida por no haberle detenido a tiempo. Me cegó la pasión del
descubrimiento, y así cedí a la tentación y no intervine cuando debía.
Entonces,
ya cerca del amanecer, fue cuando el profesor se encontró con los perros.
Mientras
viajaba, plegando mediante su conciencia expandida el tiempo en nuevos ángulos,
que acotaban el espacio entre las épocas, se encontró con extrañas formas de
vida, guardianes y dueños de dichos pliegues.
Son
criaturas, me dijo, vivas más allá de nuestro concepto de vida. Se desplazan
por los extraños ángulos de la eternidad, por la base de toda existencia,
acompañados de un olor indescriptible, un hedor que mancilla el alma y pudre la
conciencia, un olor que llenó la habitación haciendo que mis ojos llorasen y mi
espíritu se acobardara. Mientras el profesor trataba de retroceder, apartándose
de aquellos cuerpos horribles, carentes de carne y hechos de tiempo y muerte,
me levanté para abrir las ventanas, tratando de aliviar el horror. Tardé casi
un minuto en conseguirlo, de tal forma temblaban mis manos. Tardé demasiado.
Cuando
miré de nuevo el cuerpo yaciente del profesor, vi aterrado que su tez lívida
parecía perder sustancia, transparentándose ante mis ojos. El profesor no
estaba del todo allí.
Sin
pensar, tomé la inyección de adrenalina y la clavé en su pecho, consiguiendo
así traerle de vuelta y permitir que escapase de las formas sin nombre que
patrullan los ángulos del tiempo.
Pero
temíamos, con toda razón, que los perros hubieran olisqueado al viajero, y
durante los siguientes días y semanas tratamos de encontrar una solución, un
exorcismo capaz de desterrar a aquellos cazadores inmisericordes que, desde un
tiempo inmemorial que no puede medirse en términos humanos, viajaban hacia
nosotros con la intención de castigarnos, y durante esos días tenebrosos les
contemplamos en nuestros sueños, que son un paso inconsciente más allá del
tiempo, y veíamos cómo se acercaban siguiendo nuestro rastro, llamando a
ladridos al resto de su execrable manada, y nos despertábamos sumergidos en sudor,
sintiendo en nuestras habitaciones el hedor impúdico que emanan sus fauces.
Esta
noche nos reunimos, a instancias del profesor, pues albergaba la esperanza de
haber hallado la fórmula definitiva.
El
secreto que me comunicó, y que es lo único que puede salvarme, está en los
ángulos a través de los que viajan estos perros terribles, ángulos que resultan
del pliegue del espacio y el tiempo, y que les sirvieron en esta noche funesta
para entrar en mi residencia, para atacarnos y destrozar al profesor, convirtiéndole
en la masa de carne muerta que ustedes han encontrado junto a mí. Mi desgracia
y mi castigo es estar vivo, pues el profesor quiso probar primero en mi su
fórmula salvadora.
Permitan
que me quite la camisa, para que puedan ver, grabada a cuchillo por la mano
firme de mi amigo, esta fórmula sobre mi pecho. Esta fórmula, que ningún
matemático humano podrá entender más que parcialmente, recuerda a la fórmula de
una parábola, una sección cónica como la que puede describir la trayectoria de
un proyectil. Y sin embargo es un camino de salvación, pues la curva descrita
es la oposición a todos los ángulos usados por los perros, y protege a su
portador de los afilados dientes de la muerte. Su carne impía no puede tocar mi
cuerpo, como he visto esta noche. El pliegue curvo en que me ha convertido esta
fórmula es un camino cerrado para ellos, y su pronunciada parábola es un
hechizo demasiado fuerte para su poder terrible, que les devuelve al lugar del
que vinieron, haciéndoles perder el rastro como una manada de sabuesos lo
perdería en un río tumultuoso.
Así,
cuando entraron en la estancia a través de los ángulos formados por las
paredes, los perros atacaron en salvaje manada al profesor, mientras él trataba
de grabar la fórmula salvadora en las paredes, usando su propia sangre.
Nada
pude hacer por salvarle, paralizado por el terror ante la visión de estos
seres, pues los perros sólo tardaron unos segundos en destrozar su cuerpo y
arrastrar su alma hasta su hogar antiquísimo, donde quedará encerrada y torturada
tal vez para siempre, e incluso durante más tiempo de lo que “siempre” parece
significar.
Ahora,
por el amor de Dios, escúchenme, pues yo estoy libre de ellos pero su amenaza
aún se cierne sobre mi casa. Hay que derribar ese edificio, hay que convertirlo
en escombro más allá de toda posible reconstrucción, convertirlo en un plano
que no tenga ningún ángulo al que ellos puedan aferrarse, que puedan olfatear,
pues conocen el camino y, antes o después, regresarán para intentar cazar otra
vez, obligados por su naturaleza. Quemen la casa antes de que alguien más
muera, se lo suplico. Pero permítanme antes entrar, pues ahora soy el único
hombre que puede atravesar con cierta seguridad el continuo del tiempo, y
buscar a través de los pliegues al profesor. Él salvó mi vida, y el honor y la
amistad me obligan a hacer lo posible por salvar su alma. Vayamos a la casa,
antes de que sea demasiado tarde.
VAMOS A POR EL ÚLTIMO CAPÍTULO http://lojuropormitatuaje.blogspot.com.es/2014/01/la-parabola-de-los-perros-final.html
Es casi una copia de Los perros de Tíndalos de Frank Belknap Long. Es como si fuera una prolongación de dicha historia que fue tan interesante de leer para mí, que la guardo en la memoria profundamente.
ResponderEliminarVamos a ver cómo continúa.
Saludos.
Esa historia me gustó muchísimo en su día, ni sé cuántas veces la habré releído. Y sí, tenía que hacer algo en esa línea, casi lo necesitaba. Los Perros son una creación impresionante.
EliminarVoy a darle un repasito y prepararme así para lo que ha de venir.^-^
ResponderEliminarEn esa línea, no. Es una reconstrucción personalizada de Los perros de Tíndalo, de Frank Belknap Long.
ResponderEliminarA mí esa obra me puso los pelos de punta.
Es imposible no reconocerla.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe encanta el giro que ha dado la historia y el sabor a novela gótica que tiene. ¡Vamos a por el desenlace!
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