EL MONSTRUO DEL FINAL DE MI CUENTO
Se llamaba Jonathan Silencio, y era un hombre como los demás.
Entró en el club con ese aire despistado, como de haberse equivocado
de sitio, que todos los hombres solitarios muestran al cruzar la
puerta, y que desaparece en cuanto se acercan a la barra, los ojos
ansiosos saltando de una chica a otra, escogiendo ya compañía para
una o dos horas de desahogo.