viernes, 10 de junio de 2016

PENITENCIA

Unas palabras antes de pasar a la historia de hoy, paciente lector.
En las próximas semanas no puedo prometer que haya historia semanal. Me falta tiempo, así de simple. Estoy trabajando con Label Comunicación en la portada y maquetación de nuevos proyectos, y espero que muy pronto vea la luz la siguiente novela de nuestro común amigo Jonathan Silencio.. Con esta novela me presentaré al concurso anual de Amazon para autores independientes, por lo que necesitaré toda tu ayuda. Sí, paciente lector, en este nuevo mundo literario no cuenta sólo el trabajo del autor, es muy importante que tú comentes, y me atrevo a pedirte que lo hagas. Si te gusta Silencio, si ya tienes alguna de mis novelas o las descargas en el futuro -habrá oferta en unos días- sería muy bueno que dejases tu opinión en Amazon o la compartieses por las redes sociales.
Ojo, no te pido una buena opinión, pero sí una sincera, si tienes un par de minutos para ello. Es la única manera de crecer, de poder continuar, que tienen este blog y mis novelas.
Te dejo ahora con la historia de hoy, un pequeño juego con el calendario basado en horrores que fueron reales tiempo atrás.

PENITENCIA

29 DE ABRIL DE 1564
Como cada día, la hermana Angustias  llegó hasta la sala de penitencia portando una bandeja con la exigua colación de la penitente; una sopa aguada de apio, una jarra de agua del pozo, un poco de pan de centeno y algo de col hervida, alimentos aptos para el cuerpo y el alma, lejos de la perniciosa lujuria sanguínea inducida por las carnes o las bebidas espirituosas.
Como cada día, se agachó junto a la aspillera, profunda y estrecha, que atravesaba el grueso muro, y empujó la bandeja hacia dentro, saludando a la penitente con un recatado “El Señor esté contigo”.
Aquel día, a diferencia de los demás, la penitente no respondió. Para la joven monja aquello fue un consuelo, dada la costumbre que tenía la penitente de jurar, blasfemar e insultar con aquella voz demoníaca.
“Tal vez nuestras oraciones empiecen a surtir efecto”, se dijo la monja. “Tal vez hayamos vencido al diablo”
Y, agradeciendo a Dios tal victoria, para alejarse del pecado de orgullo y soberbia que significaría atribuirse, siquiera en parte, tales méritos, la monja regresó a sus funciones cotidianas.
22 DE ABRIL DE 1564
-¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme! ¡Malditos, sacadme de aquí!
Las monjas, formando un semicírculo al otro lado de la gruesa pared, mantenían la mirada baja, pese a estar cubiertas por el velo, mientras los sacerdotes entonaban sus oraciones, tratando de combatir al demonio que acechaba tras la piedra. Así lo habían hecho durante los últimos diez días, y así lo harían mientras fuese necesario.
Las hermanas, doce en total, pues doce fueron los compañeros de Cristo en la tierra, pasaban las cuentas de sus rosarios y rezaban en perfecta sincronía, tratando de ignorar la ronca voz del demonio, rota y aún así poderosa, dejando fuera sus insultos, ruegos y amenazas gracias al bastión de la fe compartida.
-¡Voy a desollaros a todos, hijos de puta! -rugió la bestia- ¡Os ahorcaré, os defenestraré, os amolaré a todos! ¡Mataré a esa ramera!¡Sacadme de aquí!¡El niño debe morir!
Pero nadie hizo caso de sus amenazas. El tono de voz de los sacerdotes se elevó, solemne, rogando al Señor con toda la fuerza de sus almas.
-En el nombre de Cristo, Señor de los Ejércitos, expulsa este demonio. En el nombre de Elías, tu Voz en el Desierto, expulsa a este demonio. En el nombre de Abraham, Padre de tu Pueblo, expulsa a este demonio...
Los golpes diabólicos retumbaban al otro lado de la pared, mientras sus amenazas se volvían alaridos inconexos, jadeos angustiosos y roncos, y las palabras se convertían en incomprensibles murmullos y extraños vocablos merced, sin duda, al poder de Satán para hablar en cualquier lengua surgida de Babel.
12 DE ABRIL DE 1564
-Hermana Angustias -dijo la madre abadesa-, sabed que os ha sido otorgado el privilegio de cuidar y alimentar a nuestra desgraciada huesped.
Sor Angustias, con una humilde reverencia, agradeció el honor a su superiora.
-Me encargaré de que sea bien alimentada y, si me es posible, del cuidado de su alma.
-Hacedlo así, hermana -exhortó la abadesa-. Sabed que se trata de una dama notable, esposa del mercader Sansón Urrutia, cuyas limosnas tanto alivio otorgan a los pobres que tenemos a nuestro cuidado. Esta señora, Dios en su sabiduría conoce los motivos, ha caído bajo el influjo de Lucifer.
La joven respiró hondo, en un jadeo apenas contenido, y se santiguó.
-Dios nos proteja.
-La dama trató de matar a su bebé, un pequeño de apenas tres meses de vida, y sólo la voluntad de nuestro Señor y la presencia de un criado lo impidieron. Su esposo, como podéis suponer, la ama todavía, impulsado por su noble alma, y no desea entregarla en las manos de la justicia de los hombres, que sin duda condenaría su cuerpo al cadalso sin cuidarse de su alma inmortal. En nosotras recae el deber de ayudar a esa alma.
Ambas monjas, con las manos cruzadas sobre el regazo y el velo cubriendo sus rostros, observaban a los tres jóvenes y robustos albañiles, que estaban terminando el muro de argamasa y piedra. Dicho muro, situado en una de las bodegas del convento, delimitaría a partir de este día una pequeña celda, de apenas tres pasos de ancho por diez de largo, en la que residiría su nueva huésped, una triste pecadora que había elegido esa forma de penitencia para, con la ayuda de Dios, purgar sus pecados mortales en esta vida y no en la venidera.
Dejaron tan solo un hueco, apenas suficiente para que la mujer, inconsciente y dormida, fuese introducida por un criado un par de horas después. El criado era un indio fornido, alto y elástico como los árboles de sus salvajes tierras. Se llamaba Pedro en la fe verdadera, y era estoico y severo como todos los de su raza. Llevaba en brazos a su ama dormida, pues la mujer, según explicó a las monjas el indio Pedro, había preferido sumirse en el letargo del laudano para no ceder a la tentación de la huida en el último momento y aceptar su penitencia como algo ya inevitable.
Envuelta en una capa de terciopelo, cuya capucha embozaba su rostro, y una manta de buena lana castellana, las únicas ropas de abrigo que mitigarían el frío húmedo de las paredes del convento durante el resto de sus días, la mujer dejaba sus rasgos invisibles tras un espeso velo, y las hermanas no pudieron hacerse figura alguna de su anatomía, medidas o tez.
Tras dejarla en el estrecho reducto, Pedro se separó unos metros de la pared, contemplando cómo los albañiles clausuraban la habitación de su señora. Después, al parecer satisfecho por lo que veía, se retiró en silencio dejando a su paso un leve aroma de savia y piel sin curtir.
7 DE ABRIL DE 1564
Pedro estaba ocupado en sustituir el cuarterón de una ventana de la planta alta cuando empezaron los gritos. Fue una suerte. Si hubiese estado en las cuadras, su lugar de trabajo habitual cuando no tenía nada pendiente en la casa, no habría escuchado nada.
Con el mazo en su nervuda mano derecha, el indio corrió por el pasillo hasta la habitación de sus señores. Se detuvo en el quicio de la puerta, tratando de hacerse una idea clara de lo que ocurría.
En el interior de la pieza, su amo, el enjuto y laso Sansón Urrutia, sostenía un almohadón en las manos, que tenía apoyadas en el rostro del pequeño Rodrigo, el hijo único de la pareja, mientras éste se debatía en su alta cuna de cerezo.
Doña Mercedes, esposa de Sansón, gritaba pidiendo ayuda y trataba en vano de arrancar de los brazos asesinos el almohadón que amenazaba asfixiar a su vástago.
-¡Aparta, mujer, aparta! -rugía el mercader, mientras lanzaba patadas y codazos contra su esposa, que caía bajo los golpes y volvía a levantarse, preocupada por la suerte de su hijo más que por la suya propia -¡Nadie me robará lo que es mío!
Pedro, sin pensarlo dos veces, se lanzó al interior de la habitación, golpeando con el martillo en la espalda del mercader, justo entre los hombros. Sansón lanzó un grito ahogado y abrió los brazos en un espasmo de dolor, mientras Pedro soltaba el martillo, pasaba sus fuertes brazos bajo los de su amo, y cerraba las manos tras su nuca, inmovilizándole por completo.
7 DE ABRIL DE 1564, UNAS HORAS DESPUÉS
-Mi marido sigue acudiendo a esa adivina morisca para asesorarse en lo tocante a los negocios -explicó doña Mercedes, sin dejar de acunar a su hijo-, y fue ella quien le profetizó que su propia sangre, su hijo, le mataría y usurparía todo lo suyo, y él la creyó como siempre ha hecho. Por eso -rompió en sollozos, incapaz de soportar las tensiones del día-, por eso quería matar a nuestro niño. Y ahora, ¡oh, Pedro, ahora a ti te condenarán a muerte y él nos repudiará¡, mi hijo y yo viviremos de la caridad o moriremos de hambre, si es que mi marido no nos mata antes.
Pedro, estoico y severo como siempre, contempló en silencio a su amo. Sansón estaba atado a una silla, amordazado y drogado con el laudano que usaba como anestésico cuando la gota le atacaba. Su figura, pequeña y ridícula, resultaba aún más patética en aquella indefensa situación.
-Mi señora, no tiene por qué ser así. Vos y yo podemos dirigir sus negocios con igual o mayor habilidad, pues así lo hemos hecho cuando él se emborracha y se pierde durante días en las mancebías.
Ella agachó la cabeza, intentando contener sus lágrimas. Bien cierto era lo que decía Pedro, por mucho que Mercedes hubiese deseado negarlo durante años. Ahora que su criado lo decía en voz alta, la mujer no podía negarlo. Y los cardenales y hematomas nuevos que cubrían no ya su piel, sino los hematomas y cardenales ya casi curados de anteriores palizas y vejaciones, daban la razón a Pedro.
-¿Y qué puedo hacer?
-Preparemos el equipaje. Vayamos a Córdoba, o a Granada, a cualquiera de las ciudades donde vuestro marido posee oficinas y nuestro rostro no es familiar a nadie. Nombradme su delegado hasta que mi señor Rodrigo tenga edad y sabiduría para llevar el negocio. Diremos a la gente que don Sansón partió camino a Flandes, en viaje de negocios. Tiempo habrá para comunicar su muerte en el trayecto. Yo me encargaré de que nadie vuelva a ver su rostro jamás.
Doña Mercedes habría querido negar esa locura, dar una nueva oportunidad a su esposo y señor, pensar, como siempre había pensado, que cambiaría y que todo iría a mejor. Miró el rostro cándido y puro de su bebé, que había cesado en su llanto al calor del regazo materno, y le imaginó bajo la autoridad de ese padre, o muerto por su locura. Suspiró hondo, tratando de liberar una voz que ya daba por trabada en el nudo de su garganta.


7 comentarios:

  1. Excelente relato, me gusto el desarrollo temporal, la confianza no siempre suele depositarse en quien se debe...

    Una pena no tener relatos tuyos algún tiempo, pero seguro que valdrá la pena y sobre todo es emocionante pensar en el regreso de Silencio a la escena.

    Muchas suerte y a por todo José. Un abrazo.

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    1. Era difícil contar una historia "al revés", pero también un ejercicio interesante, del que creo que aprendí. Y me alegra mucho que os guste. Abrazo fuerte.

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  2. Es original su estructura contado al revés. No es el primero que leo. Y es muy difícil conseguir el efecto de atrapar al público sabiendo el final de antemano. Tú lo has conseguido.
    Te felicito, José.

    Un abrazo.

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    1. Mil gracias. Un relato que me costó, pero era un desafío interesante. Un abrazo.

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  3. No trataré yo de compararme a don Alberto, sin duda. Pero me alegra que el experimento te haya gustado, sudé para esta historia. Abrazote, compi.

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  4. A ti te gusta los desafíos.... sige así

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    1. Me encantan, la verdad. Muchas gracias por el comentario, un saludo.

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Ya podéis comentar tranquilos, sin palabras ilegibles ni más trámites. No os cortéis, vuestras opiniones me vienen muy bien.