CAPÍTULO 7, FINAL
Por el temor de quererme
tanto como yo te quiero,
has preferido, primero,
para salvarte, perderme.
Pero está mudo e inerme
tu corazón, de tal suerte
que si no me dejas verte
es por no ver en la mía
la imagen de tu agonía:
porque mi muerte es tu muerte.
Xavier Villaurrutia
Me detuve un par de minutos en el portal, llenando las
jeringuillas con el contenido de las ampollas de anestésico. Mis manos
temblaban, torpes como un cerdo patinando sobre hielo, pero un par de respiraciones
profundas y unas pocas pastillas más fueron suficientes para centrarme en lo
que tenía que hacer.
Subí las escaleras despacio, intentando no hacer ruido,
zambulléndome a cada paso en el dolor dormido de mis costillas. La anfetamina
hacía su efecto, y pese a la boca temblorosa, la sensación de ahogo y la rabia,
me sentía fuerte y centrado.
Me detuve ante la puerta de la casa, conteniendo mis ganas
de derribarla de una patada y entrar como un vendaval. Por lo que sabía, era
muy posible que la chica del bar estuviese tras la puerta, armada y
esperándome. Mi revolver había quedado allí, listo y cargado. Aunque ella no
supiese nada de armas de fuego, un disparo con una .38 Special a corta
distancia no necesita puntería para reventar a un hombre.
Escuché, la oreja pegada a la madera de la puerta, durante
un par de minutos. Nada. Era de suponer que mi presa estuviese despierta,
esperando el regreso de la licántropo, pero ningún sonido salía de la casa.
Imaginé que ella estaría en la habitación del fondo, tal vez asomada a la
ventana por la que yo había huido.
¿Me habría visto llegar desde esa ventana?¿Estaba yo tan
despistado, tan drogado como para no haberme dado cuenta si así era?
Decidí pasar a la visión de segundo plano.
Ver en el segundo plano es algo lleno de ventajas, aunque no
todo el mundo puede hacerlo. Yo aprendí tras mi resurrección, como aprendí
muchas otras cosas sobre la realidad, de mano de mi mentor aunque no
necesariamente amigo, un alemán llamado Eiszeit. Es algo que todos los despiertos
y preternaturales pueden hacer, y también ciertos animales, como los gatos.
En ocasiones, un humano normal puede asomarse a esa visión,
por alguna alteración emocional o la presencia de algún preternatural. Son esas
ocasiones en que creéis ver una sombra justo en la periferia de vuestra visión,
en que sentís un escalofrío inexplicable y una luz parece pestañear, tililar
sin motivo. Son esas ocasiones en que creéis que nada extraño ocurre, y sin
embargo las manos frías de otra realidad han rozado por un momento vuestra
piel. Nada serio, a no ser que quieran algo de vosotros.
Al mirar en el segundo plano, las luces parecen acentuarse,
y todo se cubre de una neblina brillante, molesta, pero las energías del otro
lado quedan más claras, las auras se hacen visibles y el espectro se amplia
enormemente.
Busqué en esa visión el aura de mi enemiga, tratando de
localizarla, de situar su energía vital en la casa, hasta que me dolieron los
ojos y empecé a marearme. No hubo resultados, más allá de un aura brillante,
del color púrpura de las emociones fuertes –rabia, pasión, qué sé yo- que salía
de la casa por cada rendija, sin que pudiera establecer un foco.
No había mucha más solución que entrar y arriesgarse. Así
que saqué la navaja y forcé la puerta tan silenciosamente como pude. Después me
quité las botas, cerré la puerta a mi espalda y las dejé en el suelo.
La casa era un muro de silencio difícil de franquear, una
oscuridad que latía en auras solapadas, imposibles de interpretar. Avancé por
el pasillo, con la navaja en la mano derecha y una jeringuilla en la izquierda.
A los pocos pasos, mis pies chocaron con un bulto informe, que resultó ser mi
camisa y mi chaqueta. Me agaché, recogí mi revolver, aún envuelto en la ropa, y
seguí hacia la habitación llevando el arma en una mano, la navaja en la otra y
la jeringuilla entre los dientes. Un hilo de baba escurría por la comisura de
mis labios, y mi mandíbula temblaba como la de un velociraptor comiendo
guindillas, pero mis manos no temblaban demasiado.
Al llegar al final del pasillo, vi a la mujer del bar.
Estaba tumbada en la cama, quieta como un cadáver, inerte como un cadáver.
Cadáver como un cadáver.
Lo supe al primer vistazo, porque la visión en el segundo
plano permite ver las auras, y no había ninguna en torno a ella. Los cuerpos
muertos son, en ese sentido, objetos inertes, como muebles o piedras, que no
revelan nada más que el vacío del que ya forman parte. Bajé la persiana,
impidiendo el paso de la luz de la luna, y encendí la lámpara del techo.
Yacía sobre el colchón, retorcida, amoratada y seca, aún
desnuda, perdido todo su atractivo en un rictus forzado, toda ella ojos
abiertos y manos crispadas.
-¿Qué has hecho, maldita mora? ¿En quién me vengo yo ahora?
–murmuré sin pensar ni darme cuenta de la referencia.
Guardé jeringuilla, navaja y revolver y fui hasta la cocina.
Me puse unos guantes de fregar que me quedaban pequeños y regresé al
dormitorio.
Un rápido examen parecía indicar que no había heridas ni
traumatismos causantes de la muerte. Piel azulada, boca abierta, hilos de
saliva ya casi seca, todo indicaba que había muerto asfixiada, pero no había
señales de estrangulamiento. Miré con atención sus labios y la piel alrededor,
por si se notaba la presión de una mano o una almohada, pero tampoco había nada
allí. Ni en el segundo plano ni en la visión normal.
Era como si se hubiese ahogado por algo que se tragó. Por
algo atascado en su garganta. Estuve a punto de rajar su cuello y buscar en el
interior, pero resultaba demasiado casual, demasiado raro, que ambas hubiesen
muerto de la misma manera, casi al mismo tiempo. Había una explicación más
irracional, más mágica, y por tanto más probable.
El registro de la casa me llevó un buen rato, o al menos así
me lo pareció, aunque las drogas deformaban mi percepción del tiempo. Tras un
falso fondo del armario había una pequeña estantería, con algunos botes
conteniendo plantas secas, objetos varios y, lo que a mi me interesaba, un
pequeño altar de bruja en el que una raíz de mandrágora, con su curiosa forma
humanoide, yacía sobre un pañuelo de seda en el que había bordados varios
símbolos cabalísticos, rodeada de hojas y flores varias, de ampollas de sangre
que supuse pertenecía a las víctimas, y con varios mechones de pelo –humano y
de lobo- atados a ella.
La raíz estaba rota, desgarrada por la mitad. El vínculo
entre ambas mujeres, mucho más poderoso de lo que yo había supuesto, se había
prolongado hasta más allá de la muerte de una de ellas, y el hechizo de ligazón
que aquel altar representaba provocó la muerte de la chica del bar cuando yo
acabé con la mujer lobo.
Para la chica del bar habría sido una buena forma de
prolongar su propia vida más allá de lo natural, protegida y ligada a la
inmortal fuerza de la licántropo. Hasta que llegué yo, claro.
Me pregunté por un momento que habría pensado don Ramón de
aquél retablo de avaricia, lujuria y muerte, y después busqué una bolsa para
llevarme todo aquello. Algunas cosas podrían serme útiles en el futuro, y el
resto, empezando por el altar de bruja, debía ser destruido.
Limpié todos los lugares donde pudiera haber dejado huellas,
incluyendo el cuerpo de la mujer, que lavé con lejía en la bañera y dejé allí,
sumergido como si se hubiera ahogado, aunque sabía que no iba a engañar a
ningún forense competente, y abandoné la casa llevándome todo lo que había
dejado en mi primera visita, además de lo que las brujas guardaban en su
estante.
Aún desorientado por el dolor, las drogas que ensuciaban mi
sangre y la falta de sueño, dejé atrás la calle con mi mochila llena de objetos
raros y respuestas aún más raras.
Había solucionado el caso, había acabado con la mujer lobo y, de paso, con la bruja. Las
Gretel de Valladolid ya podían caminar tranquilas, y doña María podría tal vez
olvidar su rabia y vivir una pena más tranquila, más humana.
Sin embargo, para la chica del bar y la licántropo la
historia había acabado. Su historia de amor, de lujuria, de búsqueda egoísta de
la eternidad, de lo que fuese, se terminaba allí, ahogada en plata y rabia.
No podía acusarlas por buscar la inmortalidad, aún en la
forma monstruosa en que lo habían hecho, no podía juzgar el deseo de
permanencia de aquellas criaturas, pues es un deseo humano, el de vivir, el de
prevalecer, que todos alentamos en nuestro interior, que forma parte de nuestra
naturaleza como forma parte de la naturaleza del lobo el éxtasis de la caza. La
diferencia es que ellas habían encontrado la manera de hacerlo. Y que esa
manera exigía la sangre de otros.
Pensé entonces, mientras recorría las calles abandonadas por
la luna que el sol empezaba a pintar de colores, que había callado el tañido de
las campanas, que mi mundo volvía a ser
el de los barrenderos perezosos y los currantes madrugadores que me cruzaba a
aquellas horas tempranas, el de los camareros que abren pronto, sin más magia
que la pócima oscura de un café recién hecho. No más brujas por ahora, gracias.
Mientras entraba en mi pensión y pedía en la barra un café
con churros, me permití una sonrisa. El caso estaba cerrado.
El mejor de todos. A mi me pones cuatro hierbas y me conquistas(es que soy muy bruja y muy yerbera). Pero es que me ha gustado muchísimo, todo el desenlace y la forma de expresarte. Has llenado vacíos que ni sabìa que existían (dentro de la historia). Me gustaría saber más de Silencio, sin ninguna duda...dame una Belith, todo Conan merece una. (Eso sí, cuando te de la real gana).
ResponderEliminarGracias, Larosanga. De acuerdo en eso, Conan jamás habría sido Amra sin ella, pese al mal final de Belith. Apunto tu voto en FB, entre los importantes y decisivos.
EliminarTe ha quedado redondo. Me encanta cómo has mantenido la tensión y el desenlace mágico de la conexión entre las dos mujeres, inesperado y muy acertado. Perfecto. Por no hablar de la reflexión sobre el deseo de inmortalidad: me ha gustado muchísimo. Te superas, enano, te superas. Cada día mejor. Enhorabuena y gracias por regalarnos todas estas historias.
ResponderEliminarPoco han dejado las chicas para agregar. Excelente trabajo, José. Lo bueno de las Puertas que se cierran es que otras se abren. Abrazo desde la Luna
ResponderEliminarCierto, Luna, y va llegando la hora de explicar, someramente al menos, a dónde pueden llevar. Abrazo.
EliminarLa selección está siendo difícil, obliga a leer mucha poesía y escuchar mucha música, y claro, con el Jacko es complicado discernir. Pero está mereciendo la alegría. Abrazo.
ResponderEliminarMuy bueno, artista. Peor mucho.
ResponderEliminarLa coletilla de siempre, me la ahorro: para el caso que me haces...
Fantástico.
Un abrazo.
Estoy en ello, maestro, de verdad. Es una puerta que se me resiste, no sé por qué ;)
EliminarPero, no peor: estos dedazos...
ResponderEliminarOdio las sorpresas en mi vida. Ni buenas ni malas. No me gustan las sorpresas. Pero en literatura, pintura, música, escultura o cualquier otro arte me encantan. Las adoro y ¡son tan escasas! Si queda alguna es mala, desde luego. Por ello, te agradezco haber leído de rondón un relato que me ha sorprendido por todo. El tema, tan poco triunfante de los héroes olvidados, la ciencia ficción y la fantasía; por recuperar al digno y noble (pero tonto) detective con poderes, como en los cómics, que me los he devorado a porrillo y por los que habré pagado todo lo que tenía cuando era pequeño.
ResponderEliminarPor la expectación, el miedo, la excitación, la sorpresa... muchísimas gracias.
Gracias por compartir, José y te sigo, aunque sea desde la tumba, así que ya puedes escribir antes de que te alcance.
Un abrazo.
PD. Algo no me tenía que gustar, claro y es que nuestros gustos musicales se hallan a años luz, pero para eso se hicieron los sonidos, no? Por eso, esta entrada ni siquiera sé lo que has puesto porque ya paso de darle y dar un respingo de horror, jajajajajaja...
Jajajaja. Muchas gracias a ti, por la compañía, los comentarios, la opinión sincera.
EliminarY encantado de recibir sugerencias musicales, es un campo en el que soy muy limitado, así que me vendrían bien.
Un abrazo.
Ahora que te pillo en línea, yo suelo estar más por google + y no sé qué les he dado que tengo seguidores a porrillo. Solo quisiera saber si como consecuencia de mi publicidad recibes más visitas. Nada más. Suelen hacer caso de todo lo que pongo, porque les gusta mucho.
ResponderEliminarA mandar. Voy a publicitarte y me voy. Hasta luego.
Pues el número de visitas es muy bueno ultimamente, desde luego. Lo que no sabría decirte es el origen de todas, claro, pero sí aumentan :)
EliminarSí que parece que tienes razón, sí. Muchas gracias por recomendarme, Ricardo. Es toda una motivación tener tantos visitantes.
EliminarMe alegro mucho, de verdad. Así me pasó con mi buen amigo Ramón Escolano. A.M. Caliani, Irene Comendador y con Frank Spoiler, Esteban Díaz y otros que fui encontrando casualmente en mi camino. Verdaderas estrellas que brillan con luz propia aunque nadie les conozca.
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